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Hna. Lucienne Bonkoungou: "La caridad creativa de Marie Poussepin"

on 20 Mar, 2020
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Por HNA. LUCIENNE BONKOUNGOU (Burkina Faso).- Marie Poussepin, hija inspirada de la Providencia, fortalecida por su experiencia familiar, eclesial y caritativa, fundó una comunidad de la Tercera Orden de Santo Domingo, para vivir con sus hermanas el Evangelio de una manera original, como ella lo presenta en sus Reglamentos, en el capítulo I:
 

“Su fin es imitar por su conducta, tanto como pueden hacerlo, la vida que nuestro Señor llevó sobre la tierra, particularmente su caridad por su Padre y por los hermanos”. 

Introducción

Habiendo visto lo que era bueno a los ojos de Dios, lo cumplió. Es esta vida de santidad, el objeto de nuestra acción de gracias a Dios, en este Año Jubilar de su beatificación. Celebrar un año de gracia, es expresar nuestra gratitud al Dios Providente, que ha cuidado de su sierva y su obra, desde su fundación. Es también para nosotras una ocasión para releer nuestro compromiso de perpetuar esta gran obra de Caridad, para mirar el pasado con reconocimiento y el futuro con esperanza. Para hacerlo, estamos todas invitadas a volver, a la Apóstol Social de la Caridad, y tener una mirada de misericordia renovada hacia nuestro mundo, en medio de nuevas crisis.

Sin embargo, asomarse, otear, sobre la caridad creativa de Marie Poussepin, es explorar la riqueza de su vida carismática y eso nos sobrepasa, porque habiéndose desvanecido, fue Cristo que vivió en ella, como diría San Pablo (cf. Ga 2,20) 

Por lo tanto, las líneas siguientes son sólo un acercarse a una relectura de esta caridad creativa de Nuestra Madre y una invitación a gastarnos sin medida, para mantener esta divina virtud, como ella nos lo recomienda.

La caridad creativa de Marie Poussepin

“Imitar la vida que Nuestro Señor llevó sobre la tierra”, “entregarse a todo lo que la caridad inspira”, es un fin que solo se puede realizar con un gran ingenio, una creatividad siempre en movimiento, atenta a las necesidades de los tiempos y una vida de fe muy sólida, centrada en Jesucristo. Ver lo que es bueno a los ojos de Dios y cumplirlo, pide audacia, un espíritu de discernimiento y una particular atención a los llamados de Dios. Fue lo que hizo Marie Poussepin durante toda su vida.

De hecho, desde muy joven, Marie Poussepin recibió de Dios esta gracia particular que impregnó toda su vida; ella comprendió muy temprano, que todo el Evangelio consistía en amar a Dios y amar a su hermano (Mt 22,37-39). Ella tomó conciencia que debía estar en la casa de su Padre y ocuparse de sus obras (cf. Lc 2,49); esto demuestra su compromiso, siguiendo a su madre en la parroquia, cerca de los enfermos pobres de la Cofradía de la Caridad de San Vicente de Paul, y su función de madrina; todo esto lo vivió antes de la edad de once años y a lo largo de toda su vida. Esta niña, ya estaba consagrada a Dios, desde lo más profundo de ella misma, como María en su “Presentación al Templo”. Es a través de este apostolado, vivido con fidelidad y abnegación, que la Providencia hizo crecer en ella el ejercicio de la caridad y la preparó a una nueva vocación[1].

Además de su compromiso apostólico, Marie Poussepin, con un espíritu perspicaz, como el de Salomón, y un gran discernimiento, transformó la industria y el comercio tradicionales de su ciudad natal. Ella sabía cómo combinar lo espiritual y lo temporal, en una caridad eficaz. Vemos desde ya, en ella, la imagen de la Apóstol Social de la Caridad que, más allá del trabajo que la ocupaba, buscó poner al hombre de pie, para la gloria de Dios. Es esto lo que mira la Iglesia, a propósito del trabajo[2].

A la edad de cuarenta y dos años, Marie Poussepin deja su familia, y va, impulsada por la Caridad, hacia un futuro que solo la Providencia podía definir, un futuro donde todo estaba por crear; en Sainville, “donde la miseria era grande, por no decir más”. ¡Qué heroísmo! Allí, ella se entrega con audacia para el establecimiento de esta obra, que desde el principio es una Comunidad de la Tercera Orden de Santo Domingo, a la cual ella entregará todo su ser y su haber. El principal fin de su Comunidad es el servicio de la caridad; una caridad que se vislumbra inventiva, para la utilidad de la parroquia, la instrucción de la juventud y el servicio de los enfermos pobres. En este camino de fe, a nuestra madre no le faltó la creatividad; ella veía y lo realizaba.

Para una mujer de su tiempo, el servicio apostólico, vivido en comunidad religiosa, era una novedad, una creatividad, que iba en contra aún, de las costumbres de la Iglesia. Es sobre este duro camino, que se compromete Nuestra Madre, haciendo frente a las autoridades eclesiásticas y administrativas, para lograr el reconocimiento y la protección, de la identidad de su obra.

Ante una mujer tan decidida, podemos preguntarnos ¿qué corazón tenía?

Con certeza, un corazón humano, pero un corazón todo entregado a Dios, un corazón a la imagen del Dios misericordia, que no puede quedar indiferente ante la miseria del hombre. Es también un corazón a la imagen del de su Hijo, quien ‘se despojó de su condición divina, para desposar nuestra naturaleza humana y hacer la voluntad del Padre’ (cf. Fil 2,6-8). Así pues, Marie Poussepin, llegó a un total despojo; se hizo disponible a Dios y a sus hermanos. De rica que era, se hizo pobre para habitar entre los pobres de Dourdan y, particularmente, los de Sainville. Es la obra de Dios, dice ella, que se sirvió de una pobre creatura.

Este servicio apostólico está sostenido por una sólida vida espiritual, en la que ella insiste por “la intensidad de la contemplación en relación directa con el anuncio de la Palabra y el servicio de la caridad, en la búsqueda de la verdad; la importancia de la liturgia y la vida común” (Intuición primera); segura que bajo la protección de la Santísima Virgen, ellas pueden esperarlo todo (cf. R I); es con la fuerza de visiones tan eminentes, que ha logrado hacer de la Caridad el alma de su comunidad.

La caridad creativa de las hijas de Marie Poussepin

Marie Poussepin nos dejó una herencia preciosa, que ella supo preservar muy bien de toda mancha o envejecimiento: El carisma y el Instituto. Los dos son la obra del Espíritu Santo y exigen de nosotros compromiso de fidelidad creativa, que los transmita y perpetúe (cf. MPC 15)

“La Congregación, fiel a su intuición misionera, se esfuerza por vivir y extender este servicio de caridad, que es anuncio de la Palabra y cuya fuente es la contemplación”.[3]

1. La caridad, alma de la Comunidad

“Todos reconocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor los unos por los otros” (Jn 13,35). Es en este espíritu que Nuestra Madre ha deseado de todo corazón, que la caridad sea el alma de la Comunidad. Ella está convencida que “la caridad debe vivirse en el corazón del mundo, con toda la riqueza y la fuerza de una vida en comunidad”. Así, nuestra entrega apostólica debe sacar su dinamismo de una comunidad moldeada por la caridad, donde cada hermana, reflejando a los pobres en todos estos aspectos, es el objeto de una caridad creativa. Ella nos recuerda en los Reglamentos, en el capítulo II, que: “la caridad mutua, que debe encontrarse entre las personas de Comunidad, debe estar regulada sobre la que tiene Jesucristo por los hombres, y no fundada sobre parentesco o la afinidad, la conformidad de carácter o algunos beneficios recibidos o por recibir y no debe buscar sus propios intereses”

Estamos llamadas, pues, a releer con humildad, nuestra vida fraterna y a trabajar por hacer de nuestras comunidades casas y escuelas capaces de reconocer, de aceptar, de valorar y de integrar la diferencia[4], por una espiritualidad renovada en el seguimiento de Jesús, en quien el amor es creativo y oblativo.  Es este amor vivido en familia, en la sencillez, el trabajo y la pobreza, que mantiene, en nosotros, el celo misionero.

2. La caridad al servicio de nuestros hermanos

De este modo, después de tres siglos, valientes mujeres, en seguimiento de Marie Poussepin, garantes del carisma, fieles a la espiritualidad y adaptándose a las circunstancias históricas, han sabido responder a las necesidades de sus hermanos y hermanas, buscando vías y medios para “imitar la vida que Nuestro Señor llevó sobre la tierra”.

Aún hoy, “la evangelización nos urge a comprometernos en la lucha por la dignidad humana y la liberación total, en Cristo, de nuestros hermanos, más pobres”[5]. Nos toca a nosotros discernir los nuevos llamados y responder con creatividad, no de manera precipitada, sino en la escucha atenta de Dios. A nosotras nos toca tener en alto la llama de la caridad, marcar, por la autenticidad de nuestro compromiso, la obra imperecedera de la Apóstol Social de la Caridad, de ser sus ojos y sus manos, para percibir aquello que es bueno y cumplirlo, según la gracia que Dios nos da. Nos toca a nosotras encarnar “el himno de la Caridad” que no pasará jamás.[6]

Es lo que hace que Nuestra Madre, después de tres siglos, permanezca actual. Hombres, mujeres y niños sufren aún la enfermedad, la indigencia, la ignorancia y la esclavitud, bajo diversas formas. Hoy, en el medio social popular de nuestras grandes ciudades y de nuestros campos, personas más frágiles y vulnerables, esperan nuestra presencia, nuestro apoyo para vivir libres y responsables, en la certeza de que Dios las ama[7]. Aquí están los nuevos “Sainvilles”, las nuevas periferias a donde estamos convidadas a llevar el conocimiento de Jesucristo y de sus  misterios. ¿Quiere decir que no estamos ya, allí? Seguramente no. Pero nuestra originalidad, es la creatividad que nos debe mantener despiertas a los llamados de nuestro mundo y a comprometernos a “imitar, tanto como sea posible, la vida que nuestro Señor llevó sobre la tierra”.

Para la continuidad de esta obra, cada entidad, cada comunidad, según las realidades del medio, cada hermana y cada laico, según la gracia que Dios le comunique, está llamado a “traspasar las fronteras, para revitalizar la vida y la misión”, para afrontar el porvenir con esperanza[8].

Marie Poussepin nos ha puesto en guardia frente a la “clausura”, ella nos envía hacia el otro y nos exhorta a una caridad activa y creativa.

En la Exhortación Apostólica “El gozo del Evangelio”, el Papa Francisco nos recuerda también que el dinamismo de la Iglesia es el de la “salida”. Abraham ha aceptado partir hacia una tierra nueva (Gen 12,1-3); Moisés obedeció al envío de Dios y sacó al pueblo hacia la tierra prometida (Ex 3,10.17); hoy, es Jesús que nos envía, en salida misionera, como a los discípulos: “Vayan…”

En el espíritu de la Iglesia y a ejemplo de Nuestra Madre, llena de audacia y de creatividad, tendríamos que dejar nuestros pequeños conforts, para atravesar las fronteras de nuestro corazón, de nuestro entorno y tener el coraje de ir hacia las periferias, al encuentro del otro, porque es la razón de ser de la obra que ella nos ha confiado; prontas a repensar hoy, nuestras diferentes misiones y a poner “al pobre”, en el centro de nuestros proyectos de vida.

Miremos entonces de más cerca, la razón de ser de nuestro Instituto, hoy; una comunidad de la Tercera Orden de Santo Domingo, en este siglo XXI, para:

En Sainville, Marie Poussepin se dispuso al servicio de la Iglesia, en el ejercicio de la caridad, trabajando estrechamente con las autoridades, en la realización de obras de misericordia, espirituales y corporales. Es en su seguimiento que respondemos a los llamados de la Iglesia, permaneciendo siempre, fieles al espíritu de Nuestra Madre. Es en esos lugares de misión que damos cuerpo a la instrucción de la juventud y al servicio de los pobres enfermos y de los marginados de todo género.

Ella conserva su originalidad, tanto desde el punto de vista intelectual como espiritual. En un siglo, donde lo sagrado parece estar relegado a segundo plano, una forma de caridad puramente dominicana a desarrollar, es el compartir la Palabra. El Papa Francisco, en su carta apostólica “Aperuit Illis” nos exhorta a hacer accesible a todos, la Palabra de Dios y a entrar en relación con ella. Es lo que Madre Poussepin no cesa de recordarnos, que: “las hermanas jamás omitirán alimentarse de la Escritura; que no dejen pasar ningún día sin emplear en la lectura el tiempo señalado, a fin de estar ‘bien penetradas de las verdades’ que deben vivir y enseñar”[9].

En nuestros días, este apostolado de la Instrucción, requiere de nosotras un espíritu despierto y crítico, frente a los valores sostenidos y enseñados por nuestros Estados; así pues, la urgencia no es tanto la simple educación de la fe, aun menos la instrucción ya adquirida, sino la educación en los valores humanos, que están amenazados. Podemos poner nuestra mirada, entre otros, sobre aquellos temas que son valores a salvar como: “paternidad y filiación”, “diferencia sexual”, “género”, “educación afectiva”, no sexual… que tocan la unidad, la dignidad y la integridad del hombre y de la familia, y que son hoy, abordados bajo una mirada tendiente a desestabilizarlos. Los Medios, de los cuales el mal uso sacude la vida de buen número de jóvenes; los clubes perniciosos, que detrás de engaños  entusiasman, presentan a nuestra juventud, caminos fáciles de éxito... Es por tanto tiempo para que nuestra caridad, en este aspecto, se haga creativa, invente, para prevenir a las personas y acompañarlas en la búsqueda de la verdad.

Marie Poussepin nos invita a escuchar de nuevo sus últimas recomendaciones, aquellas de mantener “el celo por la instrucción de las pobres niñas que podrán tener necesidad, tanto espiritual como temporal”, “el espíritu de pobreza y el amor al trabajo”.

Marie Poussepin nos recuerda que una de las orientaciones principales de su obra, es la de procurar a los enfermos todos los socorros corporales de los cuales sean capaces, sin olvidar de dedicarnos sobre todo a consolarlos espiritualmente y a enseñarles las verdades de la salvación[10].

El servicio a nuestros hermanos pobres nos pide un sacrificio real para, en primer lugar, identificarnos con ellos, enseguida dejarnos mover por su miseria y comprometernos, en fin, a una sincera aproximación, por acciones simples y eficaces, así como Marie Poussepin acogió a Marie Olivier y la cuidó hasta su muerte.

En nuestros días, con el desarrollo tan grande de la tecnología, la manipulación de la vida se vuelve inquietante y nos interroga enormemente. Surgen cuestiones de bioética que esperan de nosotras una toma de posición consecuente y un acompañamiento apropiado a las personas.

El Papa Francisco nos recuerda, con ocasión de la XXVII Jornada de los enfermos, la necesidad de la pastoral de la salud, en estos términos: “el cuidado de los enfermos tiene necesidad de profesionalismo y de ternura, de gestos gratuitos, inmediatos y simples como una caricia, a través de los cuales se haga sentir al otro, que lo queremos”. Esta fue la obra de Marie Poussepin y es a lo que ella nos invita, hoy.

Por otra parte, la inseguridad y las leyes tocando la vida, en algunos de nuestros países de inserción, pueden frenar, de alguna manera, nuestro impulso misionero y reducirnos a una pasividad de cara a situaciones angustiantes. Pero, tenemos que ser audaces, osadas, porque el amor no tiene límites. Si el martirio se hace más raro en nuestros días, es que estamos muy al escampado. Es cierto; hay situaciones en las que nada podemos hacer; Dios lo sabe y nuestras oraciones, en estos casos, valen tanto como las acciones.

Sin embargo, tomemos conciencia, que nuestra caridad se muestra más inventiva en estos dominios, los cuales debemos afrontar con audacia y realismo los diferentes males que minan nuestra sociedad, con el fin de mejorar nuestro servicio en favor de los pobres.

Necesitamos despojarnos de nosotras mismas, de nuestras riquezas, y poner nuestra confianza en el Dios Providente para que Él nos abra los ojos, y disponga nuestros corazones a una misericordia más activa, más allá de las fronteras en favor de los más desprovistos. Marie Poussepin, habiendo dispuesto de todo lo que le podía pertenecer y no habiéndose reservado nada, no poseía nada (cf. Último Testamento). Es solo un despojo así, que puede hacernos amigos de los pobres.

Conclusión

“Ella vio lo que era bueno a los ojos de Dios y lo cumplió”. Es el resumen de una vida toda entregada, que nosotras, hijas de la Apóstol Social de la Caridad, queremos imitar en la cotidianidad. “Vivir y morir al servicio de la Iglesia, en el ejercicio de la caridad”; este servicio de Caridad, que es anuncio de la Palabra y de la cual su fuente es la contemplación[11] (C 81). Pueda el Dueño de la mies, preservar en nosotras la vitalidad del carisma que sabe inventar la respuesta de caridad, que el momento exige.

Algunos puntos de reflexión para nosotras (Entidades, comunidades, hermanas, laicos)


[1] Cf. Preteseille Bernand, Marie Poussepin o el Ejercicio de la Caridad. Pág. 61

[2] cf. Doctrina Social de la Iglesia, La dignidad del trabajo.

[3] C 81

[4] Cf. Documento del 55° Capítulo General, pág. 17

[5] C 86

[6] 1 Cor 13

[7] Ratio Formationis, pág. 13

[8] Tema del 55° Capítulo General

[9] Intuición Primera

[10] Intuición Primera

[11] C 81