Songkoy, Pangasinan (Filipinas), 15/02/2024, Gina Lontoc, novicia.- En medio de la exuberante vegetación y los sinuosos ríos de las aldeas de Maruglo, Capas, Tarlac, Filipinas, se encuentra Sitio Flora, hogar de un centenar de familias miembros del grupo indígena Aeta, uno de los más numerosos del país. Yo era una de las dieciocho novicias que fueron asignadas al sector de los Pueblos Indígenas (PI) como parte del programa de inmersión de diez días, del 16 al 26 de enero 2024, en el marco del Programa Intercongregacional para Novicias EXODUS.
Con nosotras estaban tres formadoras a cargo del sector PI, una de ellas era mi formadora, Sr. Rosy Karippai, OP. Después de cruzar trece ríos, nuestro grupo llegó a Sitio Flora, donde nos recibieron calurosamente los miembros de la comunidad de Aeta, la mayoría de los cuales eran niños. Fr. Arthur Eduarte, párroco de la Parroquia de San José y director de la Comisión Diocesana de Pueblos Indígenas de Tarlac, nos presentó a nuestras familias de acogida después de la celebración Eucarística. Esto favoreció un clima de espiritualidad para nuestra experiencia de inmersión, impregnado de solidaridad comunitaria y reverencia.
Sitio Flora funciona sin electricidad y depende de la energía solar, mientras que su suministro de agua procede de un manantial puro de la montaña. Tuve la suerte de ser testigo de la generosidad, resistencia y conexión de la comunidad Aeta con lo Divino, a través de su comunión con la naturaleza, que definía su estilo de vida. Durante esta experiencia de inmersión, descubrí la profunda belleza de la espiritualidad indígena y la interconexión de toda la creación. El río, que sirve como algo más que una fuente de agua, es muy importante en la vida cotidiana de los Aetas; es donde lavamos la ropa, nos bañamos y cuidamos de los carabaos (búfalos), que simbolizan una conexión vital tanto con el sustento alimenticio como con el económico. Durante mi estancia allí, experimenté de primera mano los métodos tradicionales empleados por los Aeta para pescar; levantábamos pesadas piedras y bloqueábamos estratégicamente el flujo de agua, creando un ingenioso método para atrapar y cribar los peces. Esta práctica ancestral no sólo proporcionaba alimento, sino que también reflejaba la iniciativa y el ingenio de los Aetas. Junto a los peces, recogimos pequeños cangrejos, ranas y camaro (un tipo de grillo), que luego disfrutamos en el almuerzo. Esta experiencia puso de relieve el profundo vínculo que une a los miembros de esta comunidad indigena con la naturaleza, la cual es piedra angular de su existencia cotidiana y de su patrimonio cultural.
Uno de los momentos más destacados de esta inmersión fue presenciar el "balaehan" o ceremonia de compromiso de una de las hijas de mi familia de acogida. Observé cómo ambas familias discutían el compromiso, los planes de boda y las complejidades del sistema de dote en la cultura Aeta. Aprendí significativamente sobre sus costumbres y valores. Justamente esta costumbre fue una de las razones por las que me asignaron a este hogar: animar a los hijos casados, que eran muy jóvenes, de 13, 14 y 15 años, a volver a la escuela y completar su educación. La prevalencia de los matrimonios precoces había llevado al hijo mayor y a la segunda hija a interrumpir prematuramente su educación. Sin embargo, fue una profunda experiencia espiritual para mí cuando, hacia el final de la inmersión, tanto el hijo como su esposa, así como la hija que acababa de comprometerse, decidieron reanudar sus estudios. Llevar a cabo mi tarea especial es un testimonio de la gracia del Señor que obra en los corazones de los miembros de la familia, guiándoles hacia un futuro mejor a través de la capacitación y la educación.
En esta inmersión transformadora de 10 días, surgió otra importante oportunidad misionera. Cuando la experiencia llegaba a su fin, el padre Arthur nos pidió, de todo corazón, que estableciéramos una comunidad de hermanas dedicadas a servir a la comunidad de Aeta. Según él, el encuentro entre nosotros y los Aetas resonó profundamente y encendió una chispa de esperanza e inspiración. Esperando descubrir el querer de Dios, seguimos rezando por la intercesión de la Beata Marie Poussepin y nos comprometemos a hacer un profundo discernimiento para continuar su legado, caminando en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas marginados de la sociedad.
Esta experiencia de inmersión fue un profundo encuentro con Dios que ha cambiado el lente a través del cual percibo el mundo. Al despedirme de los Aetas, me llevo conmigo no sólo recuerdos entrañables, sino también un nuevo aprecio por la resistencia, la sencillez y la belleza intrínseca de la vida. De hecho, mi forma de ver las cosas nunca volverá a ser la misma.