Pidamos las unas por las otras
by Dominicas
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La Grande Bretèche (Tours), 24/07/2024, Sor Gemma Morató i Sendra y Sor Conchi García Fernández - www.domipresen.com.- El retiro continúa en un ambiente de silencio y oración. La Hna. Catherine Aubin prosigue su predicación sobre los modos de orar de Santo Domingo.

Acompañadas por el Espíritu Santo, vamos a pedir unas por otras para entrar en esa habitación alta, en ese castillo interior, en la celda, como decía Santa Catalina de Siena. Es bueno que hagamos el esfuerzo de visualizar este lugar. Catalina le pregunta a Jesús: “¿Por qué lloras?”, y Jesús responde: “Porque veo la libertad del hombre que me está diciendo ‘no’”.

Hna. Catherine comenta que en los iconos de los nueve modos de orar está siempre sutilmente presente la Virgen María. Por eso, rezar el Rosario es como la nota baja en la polifonía, que va sosteniendo nuestro caminar. María nos enseña a unirnos a Dios, a tenerle una confianza incondicional, pero también le cuestiona y dialoga con Él. Así pues, tenemos la fuerza en nuestro modelo, María. Es aprender a tener confianza, memoria, unión con Dios e interioridad.

Lo que nos aleja de la Fuente es la cotidianidad, la dispersión y ciertas adicciones: el teléfono, lo dulce... todo lo que nos lleva al exterior, destaca la dominica de la Congregación Romana de Santo Domingo. Tenemos miedo de Dios, de no estar a la altura, de ser juzgados. Teresa de Lisieux nos da una gran confianza, llegamos al cielo con las manos vacías y dejamos que sea el Señor quien las llene.

Otro problema es el olvido, la negligencia, la pereza. San Bernardo expresa que el gran pecado es olvidar lo que Dios ha hecho por nosotros. La palabra “recuerda” sale 365 veces en la Biblia, por tanto, una por día del año.

Segundo modo de orar: de la postración a la compunción del corazón

El segundo modo de orar es una continuación del primero. ¿Qué hace Domingo en el suelo? ¿Qué nos dice? ¿Dónde estamos? ¡Indícanos, Domingo, el camino!

Está tocado por la compunción: ¡ten piedad de mí que soy un pecador! Hace memoria de las palabras de David: "soy yo quien ha pecado", y llora. Domingo nos enseña que, si no podemos llorar nuestros propios pecados porque no los reconocemos, podemos presentar y llorar por los pecados de muchos otros.

La predicadora afirma que hay que partir de una antropología que reconoce el cuerpo, el alma y el corazón. El lugar de las emociones es el alma, y el corazón es el lugar de la oración, del discernimiento y de la decisión.

Santo Domingo ve llorar a Jesús sobre Jerusalén. Tenemos oídos y no entendemos, tenemos ojos y no vemos... Domingo se postra entero sobre su rostro, es un gesto radical ante Dios (ver Salmo 144). ¿Qué le lleva a postrarse? ¿Con quién se identifica? Con el publicano, aquel que no puede levantar los ojos... que golpea su corazón para que se abra y brote agua, como dice San Agustín.

Estamos ciegos, y esto nos impide llorar y rezar. Es orgullo. Nuestras hermanas conocen muy bien nuestra ceguera, pero si una misma no la reconoce, es muy difícil.

Entrar en la compunción del corazón lo vemos en San Pedro cuando, el Jueves Santo, dice "te seguiré" y Jesús le previene. ¿Lo oyó Pedro? Y Pedro, delante de las mujeres, niega a Jesús tres veces y entonces llega Cristo. Cuando se miran, Pedro ve su traición y también ve el amor incondicional de Cristo a pesar de su traición.

La compunción del corazón no es desesperación ni decepción, no es una emoción, es un recentrarse, es una metanoia. Nos postramos para salir hacia otra dirección.

La tarde inicia con la lectura de un testimonio de vida que ilumina cómo el Espíritu Santo nos habla hoy. Un padre de familia, en medio de la nada y con hambre, oye a Jesús en su interior y exclama: "Señor, háblame en el silencio. ¿Estás triste, solo?" Y el Señor responde: "Hace muchos años que vivo contigo y soy prisionero. Necesito tus oídos, tus ojos y tu boca… no tengo nada, soy prisionero en ti". Y el padre responde: "Señor, te presto todo para que puedas escuchar, ver y hablar. Quiero ser un tabernáculo ambulante, quiero vivir tu presencia en mí". Y así, todo es bello, todo se simplifica. ¡Haznos volver a ti, Señor!

Avanzamos. En el plano espiritual, la mirada revela cuál es nuestra fuente; es el espejo del alma. En cambio, "in videre" (envidia, celos) es la enfermedad de mirar mal. Toda la Biblia está atravesada por este pecado, desde Caín y Abel hasta la Cruz. Este empieza en la familia y en las relaciones cercanas; no somos celosos de alguien lejano, sino de la “vecina”. Los celos se combaten en el corazón. Si dejamos la puerta abierta a ellos, mentiremos, robaremos, seremos adúlteros y “mataremos al prójimo”. Podemos matar con la mirada y con la palabra. Y el origen es el ojo, la mirada, la fuente de la mirada.

Santo Domingo ve a Cristo que llora, reconoce que está tocado por la compunción. No debemos contristar al Espíritu Santo. Domingo recibe la luz de la Verdad. La compunción es tristeza sin angustia, no es desespero, no es acedia. Es una llamada a mirar de otra manera. Las lágrimas son el enlace entre el cuerpo y lo espiritual. Estas abren al arrepentimiento. No es culpabilidad, es un cambio de espíritu, una transformación de nuestra perspectiva. Es un acto de gran inteligencia. No es una crisis emocional.

Hay que mirar a lo alto. Es una iluminación, es pasar de la oscuridad a la luz. Arrepentirse es abrir los ojos a la luz de Dios. Hay que reconocer que el Reino está en medio de nosotros y mirar hacia el amor de Dios. Es una actitud permanente, inacabada. Es imposible ver lo que no funciona sin la luz de Cristo. ¿Qué es más importante, resucitar a un muerto o ver el propio pecado?

Las lágrimas de Domingo son conocimiento, renuncia a juzgar. Está descentrado de él mismo, mira a los otros. "Me lo has quitado todo, no me queda nada, solo la sed de Dios está en mí como un deseo, no tengo nada más que esta sed".

Mañana continuamos. Vamos dejando que el Espíritu llene nuestros corazones.

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