Carta de l'Abbé Préteseille al Capítulo General de 1994
A casi 25 años de la beatificación de Marie Poussepin, reproducimos la carta que Mr. l’abbé Bernard Préteseille dirigió al Capítulo General de 1994.
- En recuerdo, en memoria y en gratitud -
"Perdónenme, hermanas, por introducir este pequeño papel a sus importantes trabajos sobre "Marie Poussepin, Apóstol social de la Caridad". Tengo una excusa, la petición de la Madre Inés Mercedes; ustedes entenderán que tenía que darle a toda costa este testimonio de mi más profunda gratitud.
Soy consciente de haber dicho con escrupulosa exactitud todo lo que podía decir de vuestra Venerable Fundadora, pero estaba obligado a mantenerme dentro del marco de la Positio. Todo estaba destinado a proporcionar los elementos favorables para la culminación de su Causa de Beatificación. Era una necesidad rigurosa y, por la gracia de Dios, se obtuvo el resultado. Pero hoy liberado de estas exigencias, me siento impulsado a mirar plácidamente su fisonomía y su obra. Nada me obliga. No tengo en miras un nuevo trabajo sobre el tema, sino por el placer personal de hacer mis pequeñas reflexiones, representármela de una manera sintética y discernir mejor los canales de la Providencia en su santidad. Permítanme compartir con ustedes algunas de éstas, al margen de su trabajo capitular. Ustedes son libres de estar en desacuerdo con mis puntos de vista y de preferir otros. Al menos yo, estoy feliz de comunicárselos como signo del afecto que les tengo.
Mi primera idea, que cada vez más es una convicción, es la importancia de los acontecimientos en la vida de Marie Poussepin. Fue grabado en su lápida: "Ella vio y ella hizo lo recto ante los ojos del Señor”. Esto es cierto, pero ella sólo vio poco a poco, progresivamente. No hay un plan calculado y pre-establecido. Son los acontecimientos los que le dan a conocer sucesivamente el plan de Dios sobre ella. Esto ya era cierto en Dourdan y se lo he mostrado. La muerte de su madre, los fracasos de su padre, su responsabilidad para situar socialmente a su hermano menor, le han dictado cada vez lo que debía hacer y determinan su conducta. Tengo la impresión de que pasa lo mismo con su trabajo como fundadora. Dios originaba las circunstancias que le marcaban el rumbo. Fue la obra de la Providencia más que la suya.
Dos veces ella lo reconoció: En 1712 por primera vez en su carta al Maestro Arrault, se presenta a sí misma como “una mujer inspirada por la Providencia”, y en 1724, después de obtener las cartas patentes, exponiendo el estado de su congregación delante del notario, declara “que es la obra de Dios que se ha servido de una criatura tan débil”. No vamos a creer que estas son fórmulas de humildad verbal. Marie Poussepin es demasiado sencilla y auténtica para esto. Ella dice sólo lo que es su más profunda convicción: Dios lo ha conducido todo como Él quería.
Esto es evidente en la fundación de Sainville. Al venir a visitar a su familia ella no dudó de lo que le esperaba. Descubre una miseria mucho más grande que aquella que encontró en Dourdan, muchos huérfanos “sin asilo y sin recursos” los enfermos sin atención y una población donde “la ignorancia era grande por no decir nada más”. El excelente cura del lugar no puede dejar de exponerle esta situación lamentable y el proyecto de instalación se esboza.
Unos meses más tarde, en enero de 1696, se realizó. Se trata de la única parroquia de Sainville, como ella declara el 13 de noviembre 1697, en la entrega de sus bienes a Noëlle Ménard: “fundar una comunidad de la Tercera Orden de Santo Domingo para la utilidad de la parroquia”.
Ustedes me dirán: ¿cómo es que sólo unos meses más tarde, Marie Poussepin ya hizo una fundación en Janville? Hay una explicación. Este año después de la ordenanza de Luis XIV sobre la reorganización de los hospitales, las tres casas de salud de Janville son reestructuradas en un hospital, pero no hay las personas capaces de garantizar el servicio. La autoridad que debe realizar este proyecto no es otra que la duquesa de Beauvillier, la hija del gran ministro Colbert. En ese momento, hay en Versalles un pequeño grupo de los seguidores del duque de Borgoña, hijo menor de Luis XIV y su presunto heredero. Los Beauvillier ahí son los primeros, el Duque mismo dirigió la educación de este príncipe. Mespolié tiene también sus influencias. En 1710, dedicará la segunda edición de su libro sobre el Rosario, a la duquesa de Borgoña. Vemos cómo todo se relaciona. En su confusión, Madame de Beauvillier acudió a Mespolié y éste a su vez, instó a Marie Poussepin para que respondiera. Empresa difícil. Sainville no tenía más de un año y medio de existencia, y muy pocas personas para asumir este cargo, pero ¿cómo resistir al padre Mespolié, a quien tanto se le debe? Apenas se suministran dos hermanas, y Marie Poussepin esperará diez años para renovar semejante improvisación.
En 1708 se hará la segunda fundación: Auneau. Está a sólo diez kilómetros del Sainville, pero una vez más, hay razones ocultas. Había en Auneau, además de la iglesia parroquial, un antiguo priorato dotado con una renta fija, confiado a un sacerdote anciano. En 1705 el obispo de Chartres lo había agregado en propiedad al seminario. El último prior, el Canónigo de Segonzac tenía una casa a la entrada del priorato, la cual ya no le interesaba. Él se la vendió a Marie Poussepin para establecer una obra de caridad pues en el lugar no existía ninguna, pero curiosa transacción, el vendedor se compromete a regalar la cuarta parte del precio de la venta a Marie Poussepin “para ayudar a sus buenas intenciones y la continuación en las obras de caridad que ella hace con tanto éxito”. Está claro que este canónigo es quien impulsó esta fundación.
No obstante, hay que reconocer que estas fundaciones de establecimientos corresponden al deseo de difusión que Marie Poussepin tenía. Sin duda Sainville es para ella lo primero. Es el lugar del gobierno, la formación y el restablecimiento periódico de todas sus hermanas. Esta es la casa a que se refiere en las Cartas Patentes y en la aprobación del obispo de Chartres; pero desde los documentos de 1712 declara que está “dispuesta a hacer otros establecimientos, en la medida que sea del agrado de los señores párrocos y de los habitantes” y enumera las siete aldeas en las que ya ha enviado hermanas. No podemos dudar de su afán de extender la obra que ella ha emprendido.
Pero también hay que señalar que esta difusión no sigue un plan sistemático y depende de circunstancias providenciales. Las fundaciones a menudo se suceden unas a otras y responden a los deseos de ciertas personalidades.
Así la lejana fundación de Jouarre en 1718 se explica por el hecho de que la abadesa de ese gran monasterio era también dama de Coltainville cerca de Chartres, donde una pequeña fundación se había hecho antes de 1712. Del mismo modo, el obispo de Orleans, Monseñor Fleuriau, muy satisfecho de las hermanas de Janville, pide en 1713 para el hospicio y la escuela de Meung-sur-Loire en 1728, para su propiedad familiar en Armenonville, en 1733 para Puiseaux y en 1738 para Toury. Así mismo el obispo Languet de Gercy , obispo de Sens, hizo un llamado a las hijas de Marie Poussepin en 1739 para superar una situación muy difícil en Joigny, lo hace por las recomendaciones del Sr. Lepelletier-Desfort quien las pone en 1737 a la cabeza de su hospicio de Saint-Fargeau. Es evidente que Dios lo ha dirigido todo por las circunstancias que permitió y Marie Poussepin tenía razón al reconocerlo en 1724. Sin embargo, es razonable preguntar ¿cuál es la parte personal de la " débil criatura" de quien Él se sirve para realizar sus designios?
Ella vio lo que era bueno a los ojos del Señor y lo cumplió”. Este es el resumen exacto de su vida, donde la gran característica es la sencillez. Es un rasgo del cual no se ha agotado toda su riqueza. El Canónigo Brillon informa que el obispo de Chartres, Señor Godet des Marais, había reconocido “el candor y la sencillez de esta buena mujer” y Marie Poussepin misma escribió al abogado, el Maestro Arrault, que “deseaba permanecer en una gran sencillez”. Pero, ¿qué es la sencillez?
Es una amable cualidad natural que se puede sentir más que definir. Ella excluye cualquier complicación y simulación. Ella gusta de aparecer tal como es y actuar siempre de buena fe.
Sin duda Marie Poussepin, tenía esta cualidad. Es más que una actitud de humildad. “La sencillez, dijo Fenelón, consiste en mostrar lo que uno es; la modestia consiste en ocultarlo. Es la rectitud de un alma que se prohíbe volver sobre sí misma y sobre sus acciones”. Pero también es una virtud, de acuerdo con la Escritura que habla a menudo de ella, y por lo tanto, va más allá de la sencillez de carácter. Es la sinceridad y la rectitud con Dios y con los demás. Se opone a la doblez de la voluntad y del corazón. En todo, ella no mira más que lo que agrada al Señor, lo que es su voluntad y ella se lanza con firmeza y sin vacilaciones para cumplirlo.
En suma, es justo lo que dice la inscripción en la tumba de María Poussepin: vio lo que era bueno a los ojos del Señor, y lo hizo. Se puede constatar desde el período de Dourdan: los acontecimientos le mostraron su deber y ella respondió de inmediato, tanto en la muerte de su madre, como en la quiebra de su padre y en la preparación de su hermano para la vida. En la fundación de Sainville hizo lo mismo: ella vio la miseria como una llamada de Dios y sin dudarlo le dio alivio. La virtud de la sencillez era su actitud habitual. Pero es obvio que esta actitud es equivalente a la caridad perfecta, que la Iglesia reconoce en ella para su beatificación.
En el primer capítulo de sus Reglamentos, dice lo que Uds. deben ser. Es su propia regla de vida: imitar la caridad de Jesucristo cuya “vida misma era un continuo ejercicio de ella y cuyo corazón adorable ardía en amor por su Padre y por los hombres... Las hermanas harán todos los esfuerzos para mantener en ellas esta divina virtud”. En esto dijo todo lo que ella era.
Digamos, sin embargo, que su carisma más personal era amar a Dios en el prójimo. En mi libro “Marie Poussepin o el ejercicio de la Caridad” traté de demostrar que su crecimiento espiritual se debió a su fiel entrega en la Cofradía de la Caridad de Dourdan. Su madre la había iniciado y admiramos su fidelidad en realizar las tareas a pesar de sus responsabilidades familiares y de negocios. Cuando uno lee las normas establecidas por San Vicente de Paúl para esta asociación, vemos cómo eran de exigentes y cómo por la repetición diaria de esos actos de cuidado a los pacientes pobres, constituían una verdadera escuela de caridad. Durante más de veinte años Marie Poussepin se aplicó tan asiduamente a estas tareas que muy rápidamente le confiaron las principales responsabilidades. Con su ingreso a la Tercera Orden de Santo Domingo en 1691 o 1692 nada cambió, pues las obras de misericordia eran una de las principales obligaciones de los terciarios. Nos gustaría tener información sobre los avances de la caridad en su alma. Tenemos sólo dos.
Cuando en 1691, dejó a su hermano toda la responsabilidad de la empresa, ella se retiró al aposento alto para no dedicarse más que a la labor de la Cofradía y vemos cómo ella acoge en su casa, en 1693 a una enferma Marie Olivier, y hasta su muerte la rodea de constantes cuidados. Esto no es más que un hecho, pero es esclarecedor y explica por qué, dos años más tarde, en 1695, la miseria de Sainville encontrará en esta alma llena de amor la respuesta que conocemos.
Los cuarenta y ocho años que siguen no serán más que un continuo ejercicio de caridad. La gente del pueblo, durante la investigación del commodo et incommodo, lo atestiguan por unanimidad. Yo no lo repito más, pues ustedes lo saben y lo han leído. A esta misma fuente, que es la caridad, yo atribuyo la fundación de los establecimientos. Ella escribió: “La Comunidad no se limitará a encerrar en ella misma los dones que ha recibido del cielo. Obrará de manera que los pueda esparcir alrededor con largueza y abundancia”. A medida que la comunidad fue capaz, ¿por qué no tratar de reproducir afuera el bien que se ha hecho en Sainville, allí donde lo deseen? Este no es un afán de expansión para crecer simplemente, sino el resultado de la misma caridad. Una señal para mí de que es sobrenatural, de que no es sólo organización benéfica, es que Marie Poussepin no sólo pide a sus hijas educar a los niños en las escuelas, sino que insiste en hacer de ellos cristianos auténticos, ella quiere sobre todo, “llevar a todas partes el conocimiento de Jesucristo y de sus misterios e inflamar todos los corazones en el amor por Su Divina Majestad”. Ella no las envía únicamente a cuidar los pacientes a domicilio y en los hospitales, les pide preocuparse aún más por el bienestar de sus almas y su vuelta a Dios.
Aún más, ella ampliará su campo de acción a las conversaciones familiares y retiros con adultos, con quienes se tratará acerca del progreso espiritual. En fin, Marie Poussepin tanto en su persona como en sus obras es de una auténtica caridad y aquella que la Iglesia va a beatificar no es una fundadora de múltiples obras, sino el alma caritativa que las ha organizado por caridad.
No nos equivoquemos acerca de lo que es su verdadera naturaleza. Vimos en los últimos veinte años, antes de la Revolución, un número de obispos que han utilizado su prestigio en la sociedad y su riqueza para una gran labor social: excavación de canales, campañas de vacunación, denuncias contra la trata de negros o fundación de escuelas para sordomudos, etc. Ellos querían así, responder a los ataques de los filósofos de la Ilustración y demostrar que la religión tenía una utilidad social. Ellos fueron llamados “los prelados fisiócratas”, iniciativas nobles sin duda, pero que no toman su inspiración en la caridad. En esto hay una diferencia importante entre los siglos XVIII y XVII. En el siglo XVIII, sobre todo la segunda mitad del siglo, el progreso de la ciencia ha dado lugar a importantes mejoras económicas; entonces los pobres y marginados se han convertido en inútiles, perezosos, o desgraciados. La disminución de las cofradías de caridad tales como la de Dourdan en este momento lo muestran bien.
Por el contrario, el siglo XVII es el siglo de la caridad. San Vicente de Paul la inspira, y con él una gran cantidad de hombres y mujeres multiplican las fundaciones caritativas. Este es el momento en que Bossuet proclama en París “la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia de Jesucristo”. El pobre, el enfermo, el miserable son seres sagrados, imágenes de Jesucristo que respetamos y suscitan la beneficencia y la abnegación, según el Evangelio de San Mateo: “Lo que hicisteis a uno de estos pequeños, es a mí que lo has hecho”.
Vemos la diferencia entre los dos siglos, Marie Poussepin es una mujer del siglo de la caridad. Esta es la manera de verla a ella y a su obra, es por eso que ustedes han hecho bien en titular sus trabajos actuales como: “Apostolado social de la Caridad”.
Sin embargo, Marie Poussepin, ¿ha jugado ella algún papel social? Para responder con certeza, hay que distinguir el corto plazo y el largo plazo. Durante su vida, tenemos el período de Dourdan y el de Sainville. En Dourdan es su pertenencia a la Cofradía de la Caridad. Ella no la ha creado, ya que sólo tenía diez años de edad cuando fue establecida. Ella llegó allí siguiendo a su madre, pero durante veinte años ha sido una de las principales animadoras y con tanta dedicación que recibió las responsabilidades más importantes, la tesorería y luego la presidencia. La Cofradía, esencialmente asociación de caridad cristiana, ha asegurado una obra de socorro a la población de enfermos pobres; sin ella, no habría tenido esta ayuda. Hoy sería un trabajo social, bajo la responsabilidad de los municipios. Así que fue una verdadera acción social, pero inspirada por la caridad.
Sainville y sus diversos establecimientos también nacen de la caridad de Marie Poussepin. Es ante todo una obra de caridad, la caridad hacia el prójimo en primer lugar, de acuerdo con el carisma personal de la santa fundadora y su compasión por los enfermos pobres y la ignorancia de las niñas. Pero no podemos negar al mismo tiempo que este trabajo trajo una mejora en la condición social del pueblo en ese momento. Educar y curar eran obras de utilidad pública. Esto es aún más obvio pues estaban en perfecto acuerdo con la política de Luis XIV. Cuando Marie Poussepin fundó su Instituto, el rey reorganizó de manera efectiva la situación de los hospicios y hospitales, y dio la orden de que todos los municipios tuvieran profesores para las escuelas. La obra de caridad de la fundadora de Sainville era, por tanto, al mismo tiempo una obra social. Pero hay que medir bien su real importancia.
Marie Poussepin no fue la creadora de una novedad. Ella se inserta en un amplio movimiento colectivo que se desarrolló en Francia en ese momento. He dejado a la hermana Madeleine St. Jean, el cuidado de evocarles todas estas iniciativas de caridad a las que se dedicaron entonces como los servicios de educación popular y los establecimientos de salud que nacían por todos lados. La obra de Marie Poussepin fue sólo una de ellas. También reconocemos que los veinte establecimientos tienen sólo una influencia limitada. Otros la han tenido mucho más. Pero, al menos ¿tienen algunos rasgos originales? Me parece que hay dos. En primer lugar, su campo de acción, la pobreza rural, que es una de las grandes miserias de la época. Era algo urgente. Otra característica fue su tenaz voluntad de gratuidad. Todos los testimonios de los testigos en la investigación del commodo et incommodo lo repiten hasta la saciedad. Ella había visto que sus acciones escolares y del hospital sólo se podían lograr si no cuestan nada a la gente que no tenía dinero. Y para hacer eso ella ha encontrado una fórmula original: hacer su obra de caridad en la pobreza y el trabajo. Dejo que la hermana Madeleine Saint Jean desarrolle este aspecto. Como tengo que concluir en poco tiempo y resumir mi pensamiento, yo diré: Marie Poussepin, ¿ha realizado una obra de caridad? Sí, e incluso eminente. Es uno de los elementos que motivan su próxima beatificación. Marie Poussepin, ¿ha tenido una acción social? Sigo diciendo que sí, como he tratado de demostrar, pero agregando que se trata de un rol social limitado.
Y ahora tenemos que hablar de un tiempo largo, es decir, después de su muerte en 1744. No se detuvo todo en ese momento y quiero recordarlo ahora. Marie Poussepin fue principalmente fundadora. Ella lo repitió dos veces en el acta de 1697 y ella quiere que la comunidad se establezca “para siempre”. Ella asegura la incorporación y la formación de las novicias hasta 1732. Por el futuro de su instituto ella luchó durante doce años para obtener las cartas patentes del establecimiento e hizo todos los arreglos necesarios para transmitir a sus hermanas el haber de su comunidad. Finalmente, en 1738, siempre en vista del futuro, ella redacta sus "Reglamentos" donde condensa todo su pensamiento y su espíritu. Así, ella podrá morir seis años más tarde, su obra sobrevivirá. Esta sobrevivió hasta la Revolución, en la continuación de las mismas obras. Algunos nuevos establecimientos fueron abiertos, pero los antiguos desaparecieron. Vemos la continuidad de la fundación hasta el momento de la catástrofe. En 1791, se suprimen los institutos religiosos. Sainville es expoliado y las hermanas expulsadas.
La Ley de 1794 excluye a las religiosas de las escuelas y de la educación. Por el contrario, los municipios que no contaban con el personal de salud a menudo pidieron ex-hermanas hospitalarias para seguir prestando atención a sus pacientes, en vestido civil. Esto es lo que ocurrió, en particular en Janville, que mantuvo un último pequeño núcleo de la Comunidad. ¿La obra de la fundadora iba a morir?
La Providencia no lo quería. Cuando Napoleón llega al poder, todo cambió. Permitió que las antiguas comunidades se reconstituyeran, pero sólo las educadoras y hospitalarias. Este fue el caso del “pequeño resto” de Janville, que obtiene en 1803 el poder darse una superiora y recibir nuevas vocaciones. Todo recomienza pero con plena fidelidad a Marie Poussepin. Sus Reglamentos serán hasta el 1887, cerca de 150 años, la única Regla de la Congregación. Será la regla de Mère Saint Pierre y Mère du Calvaire, así como de las hermanas que se instalan en España, Colombia e Irak. La filiación es única. Las obras son las mismas que en Sainville: hospitalarias y educativas, con algunas ligeras adaptaciones, debido a las nuevas necesidades de la época. Y van a adquirir importancia creciente a lo largo del siglo XIX.
Los hospitales sólo funcionarán gracias a la abnegación de las Hermanas, y la mayor parte de las escuelitas estarán en las manos de religiosas hasta las funestas “leyes laicas” del fin de siglo. Es la gran expansión de la Congregación de la Presentación. Más, el siglo XIX fue también el gran siglo de las misiones y las hijas de Marie Poussepin lo hacen, en Irak, a petición de los misioneros dominicos, en Colombia con un desarrollo espectacular. Hoy, este esfuerzo se convierte en una prioridad en toda América Latina, India y África Negra.
Les aseguro hermanas, no tengo la intención de repetir su historia. Ustedes la conocen muy bien. Sólo quería invitarlas a reflexionar acerca de la cantidad incalculable de beneficios que ustedes han aportado a la humanidad en 250 años. Esta es la prolongación de la obra social de Marie Poussepin, porque todo esto ha salido de su voluntad de fundadora y del espíritu que ha infundido a su instituto. “Nuestras obras nos seguirán”. La de Marie Poussepin es inmensa. Y ahora, ¿dónde nos encontramos? Grandes cambios se realizan en el mundo. Iniciativas escolares y hospitalarias todavía tienen su espacio en muchos lugares, especialmente por su carácter cristiano y su papel en la evangelización. Pero reconocemos que tienen que competir y son desplazadas por la política social de los países. ¿Significa esto que no hay nada más que aportar a las miserias del mundo? Por supuesto que no, pero debemos discernir bien las nuevas orientaciones que se deben tomar en los diversos lugares. No tengo ninguna competencia en esto y es la tarea más delicada de sus capítulos generales con la ayuda del Espíritu Santo. Todo lo que puedo decirles es que su obra social debe continuar, pero no tendrá éxito sino en fidelidad al espíritu de su santa fundadora que ha sido ante todo un espíritu de caridad sobrenatural. Esto es principalmente lo que quería recordarles y esta es la oración que fielmente llevo por ustedes, a su tumba".
Bernard Préteseille, 1994
Foto de Sor Gemma Morató (Mr. Preteseille con Hna. María Fabiola Velásquez y Sr. Marie Bernard du Rosaire durante la visita de Juan Pablo II a la Grande Bretèche).