Homilía para la Eucaristía del 25 de julio de 2019
La Turena, Bucaramanga (Colombia), 25/07/2019, P. Franklin Buitrago, OP.- El Evangelio que acabamos de escuchar resulta sorprendente. Comprobamos la enorme dificultad que tuvieron los apóstoles para comprender y aceptar las enseñanzas de Jesús.
A pesar de que lo habían dejado todo para seguirle, que llevaban meses viviendo con él, escuchando sus parábolas y sermones, los discípulos no lograban aceptar en lo profundo de su corazón el mensaje del Señor. ¡Era tan revolucionario y tan distinto a su mentalidad! La madre de Santiago y Juan cree que Jesús establecerá pronto un reinado político y, por eso, quiere adelantarse a los otros discípulos pidiéndole que sus hijos sean sus primeros ministros. Ese era el significado de sentarse a su derecha y a su izquierda en su reino. El Señor trata de hacerles caer en cuenta de su error, recordándoles los anuncios de la pasión, pero los discípulos en la ingenuidad de su ambición aseguran estar listos a dar su vida por Jesús. ¡Y para completar la escena, los otros diez discípulos se indignan porque sienten que Santiago y Juan les quieren arrebatar el puesto que les pertenece!
En realidad, este pasaje del Evangelio se dirige a los discípulos de todos los tiempos para quienes resulta difícil aceptar verdaderamente el mensaje de Jesús. Discípulos y discípulas que tenemos la tentación del poder, del prestigio, del reconocimiento público, de la búsqueda del éxito, incluso en el seguimiento del Señor. No en vano los maestros espirituales afirman que el orgullo y la soberbia son las peores tentaciones porque pueden arruinar incluso las obras de los buenos haciéndoles creer que son mejores que los demás y que tienen derecho a honores y premios por haber hecho el bien.
Frente a esta tentación continua, el Señor nos invita a escudriñar en lo profundo de nuestro corazón las motivaciones más hondas de nuestros actos, preguntándonos como a la madre de los Zebedeos: ¿qué deseas? ¿Qué es lo que realmente quieres? Al estar aquí, al participar en este capítulo general, al asumir una responsabilidad concreta o un ministerio ¿qué buscas alcanzar? Posiblemente, en la complejidad de nuestra condición humana, descubramos en nosotros una multiplicidad de deseos, anhelos, ambiciones, miedos… unos más cercanos a lo que quiere Cristo, otros más alejados de lo que él nos pide. El largo camino de la conversión, de la renovación interior, es una continua purificación de nuestros deseos para que nuestro corazón pueda dirigirse todo entero, sin divisiones, hacia Dios.
Durante esta semana, san Pablo ha sido para nosotros un maestro de humildad. Consciente de esa “espina en la carne” que le recuerda su propia debilidad, Pablo nos decía en la primera lectura: Llevamos un tesoro en vasijas de barro, para que se vea que la excelencia del poder viene de Dios, no de nosotros. Pablo había aprendido por experiencia propia que ser apóstol no era un privilegio; todo lo contrario: estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Esa es la fe verdadera del Apóstol que ve en su vocación un camino de entrega y de santificación, no una carrera hacia el éxito y los honores.
La enseñanza de Jesús es revolucionaria y difícil de aceptar porque va en contravía de lo que vemos a diario. No hagáis como los tiranos de este mundo. No penséis como hacen las organizaciones internacionales o los gobiernos de vuestros países. Ahí está el desafío de mostrar que hay otra manera de ejercer la autoridad: desde el servicio y la caridad. El que quiera destacarse, ser el primero, que sea el servidor de todos. Una frase que deberíamos repetirnos muchas veces sabiendo que nuestro corazón tiende a ir en otra dirección. Una enseñanza que deberíamos recordar cada vez que contemplamos al Crucificado sabiendo que él fue el primero en darnos ejemplo. Y, al decir esto, pienso en primer lugar en nosotros los sacerdotes que celebramos todos los días la eucaristía olvidando muchas veces lo que significa este ministerio como servicio y entrega. Muchas veces somos los primeros en desear los puestos de honor. ¡Tanto tiempo caminando con el Señor y no acabamos de aceptar su mensaje!
Suena curioso que la Iglesia haya escogido este evangelio para la fiesta de Santiago Apóstol. No parece un pasaje para exaltar sus virtudes o su santidad, sino todo lo contrario. Sin embargo, recordemos que según el libro de los Hechos de los Apóstoles, Santiago fue el primero entre los Doce que murió mártir por el Señor. Tenía prisa por ser el primero y, efectivamente, fue el primero en dar su vida por Cristo, en beber su cáliz, como había dicho el Señor. Posiblemente, fue el primero en morir mártir porque fue uno de los pocos apóstoles que permaneció en Jerusalén cuando se desató la persecución contra los cristianos. Sabemos que asumió el liderazgo de la comunidad en esos años difíciles, arriesgando su vida. Allí tuvo la oportunidad de mostrar que, finalmente, había aprendido la lección.
Jesús tuvo paciencia con ese apóstol ambicioso que quería ocupar el primer lugar, como tuvo paciencia con lo demás. El Señor tiene paciencia con cada uno de nosotros, esperando que llegue el momento en que comprendamos su mensaje y demos el paso hacia la fe auténtica.
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