Homilía para la Eucaristía del 23 de julio de 2019

La Turena, Bucaramanga (Colombia), 23/07/2019.- De acuerdo con nuestro derecho particular, la elección de la superiora general ha de ser precedida por algunos días de retiro espiritual. Es por esto que del 23 al 25 de julio estamos en algunos días de silencio y oración. 

Día 23 7

Nos acompaña Fray Franklin Buitrago Rojas OP, quien es el Padre Maestro de los frailes estudiantes y Decano de la Facultad de Teología en la Universidad Santo Tomas de Aquino en Bogotá. Compartiremos las homilías de la celebración eucarística de estos días.

Algo que para nosotros ya es normal, pero que resulta curioso de la vida religiosa para la gente que viene de fuera es el hecho de que nos llamemos entre nosotros “hermano” o “hermana”, “padre” o “madre”: Hermana Marta, Fray Pedro, Sor Margarita, Padre Juan, Madre Teresa.A veces, las personas creen que se trata de un título, algo así como “doctor” o “señora”. A veces, tristemente, nosotros mismos también lo creemos. Y, es más fácil cuando va acompañado de otros títulos: “hermana rectora”, “hermana directora”, “padre maestro”. El evangelio de este día viene a recordarnos lo que significa en su sentido más genuino ese nombre de “hermana” o “hermano” que llevamos: los que seguimos a Cristo formamos una nueva familia, más allá de los vínculos de sangre, familia, nacionalidad o ideología. Creo que una asamblea como esta, con mujeres provenientes de tantos países, de tantos lugares, de tantas historias diferentes, pero que pueden llamarse entre sí “hermanas”, es un testimonio maravilloso de cómo esta palabra del Señor se hace realidad en medio de nosotros.

Al mismo tiempo, el Evangelio es realista: la hermandad que existe entre nosotros, no puede depender solamente de nuestras simpatías personales, nuestras alianzas o intereses comunes. Todo ello no va muy lejos y la historia de los pueblos lo ha demostrado. El fundamento de nuestra hermandad está en dos cosas: reconocer que todos y todas somos hijos e hijas de un mismo Padre, de un mismo creador, que nos ha llamado a la existencia en esta casa común. Hoy más que nunca descubrimos la interdependencia que existe entre todos los habitantes de la tierra, la necesidad que tenemos de todos para la supervivencia de la humanidad. Pero, el Señor añade un segundo elemento: “El que cumple la voluntad de mi Padre, ese es mi hermano y mi hermana, y mi madre”. No basta solo con ser hijos de un mismo padre: es necesario asumirlo, vivirlo, hacerlo realidad. Diríamos, para nuestro caso: no basta con llevar el nombre de hermana, hermano, fray, padre o madre: es necesario asumirlo, vivirlo, hacerlo realidad. Cuando ese nombre se vuelve un título no hace más que alejarnos de las personas, henchirnos de orgullo, protegernos y ponernos en un pedestal. Sabemos que el Señor quiere todo lo contrario: que nos hagamos hermanos y hermanas de todo ser humano, que nos hagamos prójimos del extranjero: ese es el modo concreto como vivimos la voluntad de nuestro Padre, como hacemos realidad la caridad.

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, nos presentaba uno de los pasajes centrales del Antiguo Testamento que ha sido recreado tantas veces en películas de Hollywood: el paso del mar Rojo. Es el momento decisivo de la victoria de Yahvé sobre la tiranía del Faraón, es el evento que marca el paso de la esclavitud a la libertad. Los exégetas y arqueólogos han discutido largamente sobre la historicidad de este hecho; sobre las evidencias documentales que pudieron quedar en los monumentos y papiros del antiguo Egipto. En medio de tantas teorías, aparece un hecho en el que quiero insistir: aunque el relato bíblico muestre que todos estos esclavos liberados eran descendientes de una misma familia, de doce tribus que se remontan a un ancestro común, es muy posible que al grupo liderado por Moisés se fueran juntando otros esclavos y prisioneros venidos de diferentes lugares. Los esclavos que vivían en Egipto eran prisioneros de guerra comprados en diferentes lugares de África, Medio Oriente y el Mediterráneo. Sin embargo, gracias a la fe en un único Dios, gracias a la experiencia del Éxodo, esos esclavos que habían perdido su patria terminaron formando un nuevo pueblo guiados por la fe en Yahvé. Tenemos entonces en el Antiguo Testamento un precedente de lo que Cristo nos propone: reunir a hombres y mujeres de diferentes orígenes para que formen un pueblo, una familia, reunidos por la fe en único Dios, Padre de todos.

Sabemos también que el paso del Mar Rojo, con toda la importancia y la espectacularidad del relato, es solo el comienzo de un largo camino por el desierto. Este grupo de hombres y mujeres tendrán que pasar aún por muchas experiencias antes de reconocerse realmente hijos de Dios y hermanos entre sí. Algo semejante pasaba con los discípulos de Jesús: hacía falta la experiencia de la cruz y de la resurrección, el envío del Espíritu Santo, las misiones y los debates de san Pablo para que los samaritanos, los gentiles y los paganos fueran aceptados plenamente en la Iglesia. En uno de sus libros, el teólogo dominico Edward Schillebeeckx dice que Jesús no funda una institución, sino que más bien comienza un movimiento: Jesús reúne a hombres y mujeres para que caminen juntos guiados por la fe hacia la libertad plena. A lo largo de la historia, muchos más se han ido uniendo a ese movimiento que comenzó el Señor. Nosotros, ustedes y yo, somos parte de ese gran movimiento iniciado en Galilea hace dos mil años. Una asamblea como esta, un capítulo general de una congregación internacional, es un testimonio maravilloso de que ese llamado a vivir como hermanos y hermanas es posible, de que ese Reino de Dios es real a pesar de tantas diferencias, discordias e intereses contrapuestos entre nuestros pueblos.

Que el Espíritu del Señor nos asista, de manera especial en estos días, para que seamos testimonio de la unanimidad verdadera que sólo nace de la caridad. Amén.

Capítulo General 10

 

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