Homilía para la Eucaristía de Santa Ana
La Turena, Bucaramanga (Colombia), 26/07/2019, P. Franklin Buitrago, OP.- Este día decisivo y solemne de elección dentro de Superiora General coincide con la memoria de los santos Joaquín y Ana, padres de la Santísima Virgen María.
El libro llamado Proto-evangelio de Santiago nos cuenta que Joaquín y Ana eran dos esposos de edad avanzada y profundamente piadosos que vivían en Jerusalén, pero que no tenían hijos. Esta pareja recibe el anuncio y la gracia de concebir una niña, que sería a su vez la Madre de Dios.
Un dato curioso: el Proto-evangelio de Santiago que nos transmite los nombres de Joaquín y Ana, es el mismo texto que nos narra la historia de la Presentación de la Santísima Virgen María en el Templo. Estamos dentro de una misma secuencia narrativa y teológica. De hecho, el relato de la infancia de María en el Proto-evangelio presenta numerosos paralelos con la historia del niño Samuel en el Antiguo Testamento: el nombre de la madre: Ana, que orando en el Templo le pide a Dios un hijo y le promete a cambio consagrarlo al culto, la concepción milagrosa de la criatura y la presentación de la niña en el Templo para dedicarse al servicio del Señor desde la primera infancia. Es la historia del elegido de Dios que es llamado desde el vientre materno y que consagra toda su existencia al servicio del Señor. Sabemos que, en este sentido, María presentada en el Templo es modelo y prototipo para todos los que nos hemos consagrado al Señor.
La primera lectura que escuchamos es un texto del Eclesiástico donde se hace elogio de nuestros antepasados, cuyas acciones justas no quedan en el olvido, cuya sabiduría la comentan los pueblos. Decíamos el primer día del retiro que un capítulo general es un momento de gratitud: de acción de gracias a Dios por sus bendiciones y acción de gracias hacia todos aquellos hermanos y hermanas que nos han precedido y que han construido esta familia religiosa que hoy tenemos. En un momento solemne como el que ustedes van a vivir hoy sentimos la fuerza de una historia que nos precede y la responsabilidad hacia el futuro. Somos parte de una larga cadena de testigos, de consagrados, de hermanas que generación tras generación han llevado adelante el ideal y el carisma de Marie Poussepin y de tantas mujeres valientes; ese carisma que ahora debemos transmitir a las generaciones más jóvenes. María, hija y madre, heredera de las promesas del Antiguo Testamento y primicia de la nueva Alianza, ella que supo decir sí al plan del Señor, se nos presenta como modelo y esperanza.
Por su parte, el breve Evangelio para esta memoria de san Joaquín y santa Ana es una bienaventuranza: la bienaventuranza de los hombres y mujeres de fe. Dichosos vosotros, dichosos vuestros ojos y vuestros oídos. Dejémonos inundar por esta invitación que nos hace el Señor a la alegría. ¡Ustedes tienen hermanas tantos motivos para sentirse dichosas! El saberse llamados a una vocación tan bella, el sentirse herederas de una tradición tan valiosa, el poder dar hoy testimonio de comunión y de fraternidad con hermanas de tantos lugares del mundo, el poder soñar juntas con proyectos e iniciativas que transformarán vidas y comunidades. El Señor insiste en decirnos que somos privilegiados, otros quisieran tener estas posibilidades que nosotros tenemos, vivir una comunión como la nuestra. Llenos de ese gozo podríamos decir con el salmista: ¡Mirad que alegría ver a las hermanas reunidas en armonía!
Recordemos que Jesús dice esta bienaventuranza cuando sus discípulos le preguntan por qué muchos de los que escuchan las parábolas no las entienden. Muchos viendo no ven, escuchando no oyen. Se necesita la luz de la fe para ver la obra que Dios va haciendo en medio de nosotros. Los capítulos y las elecciones entre nosotros deben ser vistos siempre con ojos de fe. No se trata de imponer voluntades individuales. Se trata de buscar juntos el bien común. Se trata de escuchar juntas al Espíritu que permite discernir, ver con mayor claridad, comprender hacia dónde nos llama el Señor. Y todos sabemos que para comprender esto necesitamos de una mirada de fe, la luz de la esperanza, una actitud de caridad. Por eso, es tan importante y tan diciente que como dominicos y dominicas comencemos nuestras elecciones con una eucaristía invocando la asistencia del Espíritu Santo.
Hermanas: que la alegría y la esperanza que nacen de la fe las acompañen en las decisiones que van a tomar. Que la luz y la fuerza del Espíritu Santo nos animen para seguir consagrando nuestra vida con generosidad a ejemplo de María. Amén.
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