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Por HNA. MARÍA DOLORES GARCÍA MAQUÍVAR* (ESPAÑA).- El cuidado de la “Casa común” parece, a primera vista, un tema propio de nuestros días, un tema bien lejano de la mentalidad y las preocupaciones de una mujer que pasó su vida en un espacio geográfico reducido, en la Europa de los siglos XVII y XVIII. Y sin duda en su formulación más general y su perspectiva actual, es un tema de hoy, hasta el punto de que cabe preguntarnos por la relación entre Marie Poussepin y una problemática ajena a su tiempo… si es que en realidad era totalmente ajena a su tiempo.
Cierto que la mirada física de Marie Poussepin no iba más allá de las praderas, las viñas, los bosques, los campos de cultivo y los ríos de su entorno. Pero en su infancia todo eso no era tan idílico, como puede parecernos hoy. Recién acabada la guerra de La Fronda los campos estaban yermos y toda la tierra herida, las personas empobrecidas y abrumadas por las enfermedades, el hambre y la tristeza por los que habían muerto. En sus aspectos más cercanos, el desprecio, el abuso y la destrucción de la tierra y de los pobres, eran para ella bien conocidos. Más aún, fueron el espacio espiritual en que “vio lo que era recto a los ojos de Dios y lo cumplió”.
Desde su niñez, la Cofradía de la Caridad llevó a Marie Poussepin a la relación y el compromiso con la parte más dura de su entorno; como Terciaria Dominica, la contemplación y la misericordia la situaron ante la belleza y el sufrimiento de la creación.
“Marie Poussepin sabía todo lo que una mujer de su medio y de su tiempo debía saber; pero no se la ve interesada por estudios especulativos. Su inteligencia es ante todo práctica, ella busca iluminar su acción”[1].
Con esta reflexión, teniendo como referencia eclesial la Encíclica “Laudato Si”, buscamos reconocer algunos elementos y rasgos de la vida y acción, espiritualidad y carisma de Nuestra Fundadora, que puedan orientar hoy nuestro “Cuidado de la Casa común”.
ALABANZA
“Cantad sus alabanzas con sabiduría”[2]. En los Reglamentos de Sainville encontramos este matiz de alabanza en la relación con Dios, concretamente en la oración. Los Avisos Generales nos abren una nueva perspectiva: “Conservad la presencia de Dios en todas vuestras acciones…”. La relación con el Dios cercano a toda su creación, cercano a cada persona, se da también en la acción: la forma de actuar, la caridad, el servicio. Las acciones son reconocimiento, colaboración, gratitud y alabanza.
“En el principio creó Dios el cielo y la tierra…Vio Dios todo lo que había hecho y todo era muy bueno”[3]. “El mundo es algo más que un problema a resolver; es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza”[4].
Ante la belleza, la complejidad y armonía del universo brotan espontáneamente la admiración, el asombro, la alabanza, la acción de gracias, como las encontramos expresadas, y nosotras mismas las proclamamos y cantamos, en muchos salmos. No se trata sólo de la naturaleza, sino también de los seres humanos, con la dignidad y capacidades que nos han sido regaladas[5]. Sin estas actitudes, que conducen a alabar a Dios y amar la creación, llenando de gozo el corazón y de sentido las palabras, plantearse el cuidado de la “Casa común” puede ser percibido como algo sobreañadido, una obligación impuesta por otros, una pérdida de tiempo, incluso una pesada carga que no sirve para nada.
En todas las épocas coexisten el amor a la creación y el egoísmo ciego que no duda en explotarla y destruirla. En nuestro tiempo, el contraste es particularmente fuerte por las grandes posibilidades que ofrecen, para el bien y para el mal, la globalización y el uso de tecnologías, cada vez más potentes.
En la Palabra de Dios encontramos, ya desde los primeros libros de la Biblia, imágenes y normas que nos presentan la tierra como un ser vivo que precisa cuidados y del cual somos responsables: “Durante seis años sembrarás tu campo, podarás tu viña y recogerás sus frutos, pero el séptimo año será año de descanso absoluto para la tierra en honor del Señor”[6]. Pero también desde muy antiguo encontramos en la Biblia narraciones de técnicas de guerra (incendio de los bosques y campos, sembrado de sal en los cultivos, envenenamiento de los manantiales), así como señales de alerta ante el maltrato a la tierra: “¿Hasta cuándo estará de duelo la tierra y seco todo el campo? Por la maldad de sus habitantes perecen bestias y aves, porque dicen: El Señor no ve lo que hacemos”[7].
Podemos preguntarnos:
- ¿La admiración, el agradecimiento y la alabanza, forman parte habitual de nuestra relación con Dios?
- ¿Reconocemos y valoramos su huella y su ternura en la naturaleza y lo seres humanos, y eso nos lleva a sentirnos corresponsables de su cuidado?
HUMILDAD
La importancia de la humildad para Marie Poussepin es evidente por el lugar privilegiado que le dedica en los Reglamentos de Sainville: el capítulo tercero, inmediatamente después de la finalidad de la comunidad y la unión de las hermanas entre sí. En las Reglas Generales insiste de nuevo con estas palabras: “Respecto de vos misma, trabajad principalmente en adquirir una humildad profunda”
Unas palabras del Papa Francisco nos ayudan a situarnos e interrogarnos, en la sociedad en que hoy vivimos, con respecto a esta virtud. “La humildad no ha gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero la desaparición de la humildad, en un ser humano, desaforadamente entusiasmado con la posibilidad de dominarlo todo, sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a la sociedad y al ambiente”. [8]
En el tema que tratamos, la humildad se traduce en reconocer y vivir el lugar propio del ser humano en la creación. No somos dueñas de la tierra ni podemos tratarla con descuido, con violencia, explotándola sin prever las consecuencias de nuestras acciones. “La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses”.[9]
En este sentido, el cuidado de la “Casa común” reclama una conversión ecológica de la humanidad como tal y ese cambio pasa, al mismo tiempo, por la conversión consciente de cada persona, para reconocer su lugar en el ecosistema social, en familia, vecindario, parroquia, comunidad religiosa, no sólo en relación con la naturaleza, sino en relación a las otras personas, sin imponerse a las demás ni utilizarlas para su provecho por la violencia o la manipulación.
La auto referencialidad, expresión de egoísmo y soberbia, lleva no sólo a menospreciar a la naturaleza, sino también a ignorar y descartar a otras personas y pueblos, en especial a los más vulnerables. No podemos olvidar la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta.[10]
Para reflexionar:
- ¿Qué significa para nosotras hoy, la importancia dada por Marie Poussepin a la humildad?
- ¿Somos conscientes de cómo nos influye en la vida cotidiana la mentalidad dominante, que tiende a fomentar el individualismo y la competición por encima del bien común?
TRABAJO
El trabajo es uno de nuestros rasgos de familia, que todas reconocemos como propio y que aparece con nitidez, a lo largo de toda la vida de Marie Poussepin. Para ella y para nuestras primeras hermanas fue medio de subsistencia y de compartir con los pobres, expresión de la dignidad y capacidades de la persona, y colaboración con Dios creador en su obra.[11] El trabajo sencillo y organizado en la comunidad permitía la independencia económica y en consecuencia la gratuidad en sus servicios. No se trataba de trabajos brillantes, sino de tejer medias, cuidar vacas, cultivar el jardín y el huerto, hilar el lino, recoger la hierba y la paja para las vacas, lavar, cocinar, limpiar, administrar la casa.[12]
El “trabajo misionero”, en el exterior de la casa, se realizaba en el mismo clima de sencillez: cuidar a los pobres enfermos y enseñar a las niñas pobres del campo. Para Marie Poussepin, enseñar a trabajar, para poder ganarse la vida de manera honrada y digna, fue siempre una tarea fundamental como educadora, tanto en su etapa de empresaria, como en la formación de las niñas.
El fundamento último de la postura de Marie Poussepin en relación al trabajo, se encuentra en el ejemplo de Jesús, a quien ella quería imitar. Así nos lo recuerda el Papa Francisco: “Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración alguna”.[13]
Nuestra Fundadora comprendía el trabajo como una parte importante de la vida, que contribuye a la dignidad de la persona, con un ritmo humano y adecuado a las capacidades y circunstancias individuales. “A las enfermas y delicadas se les darán ocupaciones proporcionadas a su debilidad a fin de sacarlas de la inutilidad sin agobiarlas”.[14] En su último testamento encontramos como legado, para todas nosotras, el amor al trabajo.
Sin embargo, bien sabemos que hoy en día, en muchos lugares el trabajo, es visto más como una obligación para ganarse la vida, sin el sentido de colaboración en el bien común y el cuidado de la creación y que no conlleva satisfacción personal. Las condiciones de trabajo, impuestas por el ritmo acelerado y despersonalizante de la sociedad, hacen difícil la serenidad de vida personal y la posibilidad de tener tiempos suficientes para las relaciones familiares y la educación de los hijos. Los salarios son tema de especulación, sustituyendo por máquinas a las personas con capacidad o formación más reducidas, produciendo así grandes sectores de población marginados, descartados, ignorados por el conjunto de la sociedad.
El ambiente humano y el ambiente natural se cuidan o se degradan juntos. No es posible esperar respeto, preocupación e interés por cuidar y mejorar el planeta, de quienes no respetan ni buscan cuidar y mejorar las condiciones de trabajo y la vida de los pobres.
Podemos preguntarnos:
- ¿Cómo percibimos y vivimos nuestro trabajo?
- ¿Tiene nuestro trabajo el fundamento y el sentido que tuvo para Marie Poussepin, y su misma vinculación al servicio de los pobres?
AUSTERIDAD Y ATENCIÓN A LAS COSAS PEQUEÑAS
En una vida austera, pero no rígida, triste ni gris, se armonizaban en la comunidad de Marie Poussepin la sencillez y la pobreza. En ningún momento se habla de penitencias corporales, ni de privaciones fuera de la sobriedad habitual. Sin explicitarlo, se tiene bien presente el modelo de Jesús que “comía y bebía” y vivía el sentido de fiesta compartiendo lo más simple: pan, pescado, vino…porque para Él la alegría de la fiesta no consiste en la excelencia de lo que se come y bebe, sino en la mesa abierta para todos.
Estos rasgos de familia se nos presentan así en la descripción de la vida en la comunidad de Sainville: “La fundadora sabrá a su tiempo construir una casa muy cómoda; prescribirá a todas que tienen que alimentarse convenientemente según sus necesidades. Pero apartará resueltamente todo lo que huela a lujo y molicie, no solamente en los muebles y alimentos, sino también en las ropas y vestidos, enmarcándose en los límites de una medianía conveniente a la pobreza de que han hecho profesión en la casa”.[15] Al mismo tiempo debe quedar claro a las hermanas que su vida austera responde a una opción de vida libremente asumida, y que deben “guardarse bien de creer que se les recomienda la sobriedad, por economía”.[16]
La sencillez y la pobreza requieren cuidado en las actividades diarias, atención a los detalles que expresan la coherencia. En los Reglamentos de Sainville se insiste en la limpieza, en la vigilancia para que nada se dañe ni se pierda, en no desear ni buscar más de lo necesario, siempre en relación con el bien común y las necesidades específicas de las personas. La sencillez y la pobreza de nuestras primeras hermanas fueron siempre orientadas a mantener la gratuidad de sus servicios a los más pobres Estas son actitudes y acciones imprescindibles para modificar hoy nuestras costumbres personales, grupales y sociales, hacia una conversión ecológica, manifestada no sólo en acciones importantes al margen de la vida cotidiana, sino también en las cosas pequeñas del día a día. “Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas…hasta conformar un estilo de vida. Evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos…reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente…puede ser un acto de amor. No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar…” [17]
La sencillez y la pobreza requieren una entrega personal del tipo que recomienda San Pablo “Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado; porque Dios ama al que da con alegría”.[18]
Para interrogarnos:
- ¿Seguimos dando a la austeridad el sentido profundo que nuestras hermanas vivían en Sainville?
- ¿Valoramos en la práctica las cosas cotidianas y los esfuerzos sencillos y constantes, hasta convertirlos en estilo de vida?
Alabanza, humildad, trabajo, austeridad y atención a las cosas pequeñas, fueron vividas por Marie Poussepin y su comunidad no solamente en el interior de su casa, sino como experiencias de vida, valores y acciones que compartieron y transmitieron, educando, curando, y en la vida eclesial y la convivencia con el pueblo.
El cuidado de la “Casa común” requiere de nosotras esta misma forma de actuar: en red, con otros, educándonos y educando, sanando nuestras malas actuaciones y ayudando a sanar. Aplicándonos a nosotras mismas lo que predicamos a otros. Cuidando lo más sencillo de cada día y participando en movimientos y acciones locales y globales, viviendo en profundidad el estilo de Marie Poussepin en la realidad de hoy.