"El espíritu de pobreza y el amor al trabajo" son las últimas recomendaciones de Marie Poussepin: "que jamás la Comunidad degenere en este punto". Nuestras primeras hermanas llevan una vida pobre y laboriosa, "sin distinguirse de las personas del mundo más que por su piedad y por su modestia en el vestir". Su pobreza se traduce en una gran sencillez, que desde el origen, caracteriza la Comunidad. Tejen medias, lo que les permite vivir "sencilla y frugalmente", sin ser carga para nadie", y asistir a los pobres gratuitamente, "buscando sólo la gloria de Dios y el bien del prójimo".
Fuente: De la Intuición Primera (en las Constituciones)
Marie Poussepin: No habiéndose reservado nada, no poseía nada
Renovando en nosotras los rasgos de familia: La sencillez, el trabajo y la pobreza
En la tradición de la Congregación, la sencillez, el trabajo y la pobreza son rasgos de familia heredados de nuestra Fundadora y legados por las hermanas que nos han precedido. Hoy los recibimos para actualizarlos nosotras y transmitirlos fielmente a las generaciones futuras (C 89).
El momento que vivimos, marcado por múltiples realidades que han transformado radicalmente el mundo —los anhelos de algo diferente, los esfuerzos por emprender nuevas maneras de vivir, las exigencias concretas de reestructuración y revitalización, así como las diversas implementaciones que ponen a prueba nuestros saberes, conocimientos y capacidad de adaptación— nos interpela profundamente. Nos lleva a preguntarnos qué es pertinente y oportuno, qué podemos realizar, e incluso, qué estamos dispuestas a emprender. ¿Cómo podemos actualizar nuestro Carisma y responder a los retos del mundo actual?
Urge volver la mirada sobre los rasgos de familia, aquellos que expresan nuestra identidad, movilizan nuestra existencia y determinan lo esencial respecto a lo que somos y a lo que estamos dispuestas a hacer con lo que somos.
Las Constituciones fundamentan esta herencia carismática de nuestra Madre Fundadora:
- “La sencillez, según el espíritu de los Reglamentos de Sainville, debe ser en cada una de nosotras una disposición profunda que marque nuestra vida de oración, el estilo de nuestras comunidades… Ella traduce una actitud de humildad que nos sitúa en la verdad de lo que somos delante del Señor y delante de los otros…” (R III, C 90).
Esta virtud toca las raíces de nuestros comportamientos y actitudes frente a la vocación que hemos recibido. La invitación es clara y propositiva: humildad que en nosotras es verdad, para favorecer la corrección fraterna y permitir que los demás sean más y mejores, por el simple hecho de ser compañeros de camino.
Oración que es presencia de Dios en todas nuestras acciones, disposición para contemplarle y, luego, para dar de lo contemplado. Como decía nuestra Madre Fundadora, Marie Poussepin —ayer en Sainville y hoy en la vida cotidiana de cada una—: “Habladle a menudo, hablad a menudo de Él, y renovad frecuentemente la intención de hacerlo todo para su gloria” (RG).
- “Para Marie Poussepin, el trabajo es un factor de promoción humana al servicio de la caridad… El trabajo, lugar de encuentro con todos nuestros hermanos, nos asocia con ellos a la obra de la creación…” (C 91).
Se trata de volver la mirada a nuestro hoy misionero, para descubrir qué hay en él de verdadero Servicio de Caridad. “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad” (Evangelii Gaudium, n. 10).
Es el testimonio de un auténtico Servicio de Caridad, de una vida fraterna convincente, lo que realmente da sentido a la misión que realizamos. Lo contrario es sólo una ocupación, pero no es Misión. No es el hacer lo que nos hace misioneras del Reino: es la mística de nuestro ser, la que se convierte en Evangelio y en predicación.
En Marie Poussepin, fue su ardiente Caridad la que conmovió su gran corazón y la que motivó su éxodo hacia los más necesitados. Tendríamos que preguntarnos: ¿qué es lo que nos conmueve, nos impulsa, nos envía?
- “El trabajo jamás debe conducirnos a la acumulación de riquezas. Las hermanas no consentiremos en alejarnos de la pobreza por poco que sea” (cf. R XLIII).
Poner la confianza en Dios es lo que realmente despierta en nosotras ese espíritu de verdadera y auténtica pobreza. Podríamos decir: es la necesidad de Dios, llenarnos de Él, para que Él sea nuestra única riqueza. Así vamos descubriendo ese paso de Dios que, carismáticamente, llamamos Dios Providente, porque siempre está pendiente de lo que nuestra vida necesita.
De nuestra parte, y en consonancia con la C 92, actitudes evidentes de despojo, desapropiación, disponibilidad gozosa para compartir, apertura para dar y darse a los demás, hablan de una opción radical por la pobreza.
La verdadera pobreza libera el corazón, porque pobre es quien, vacío de todo, está lleno de Dios. Muchas veces sentimos que lo que tenemos no nos basta… y en ocasiones tenemos demasiado, como David frente al gigante Goliat, cuando Saúl le impuso su coraza, su yelmo de bronce y su espada. David le dijo: “No puedo caminar con todas estas cosas”, y se las quitó de encima (cf. 1 Sam 17,38-39).
Experimentó la liberación… ¡Cuántas cosas deberíamos quitarnos de encima para poder liberarnos y ser realmente pobres!
“Así, a ejemplo de nuestra Fundadora, quien no habiéndose reservado nada, no poseía nada, nos abandonamos a la Providencia, en la alegría y en la libertad de aquellas cuya sola riqueza es el Señor” (cf. Testamento de Marie Poussepin).
Texto: Hna. Ángela María Vélez Restrepo
Sencillez, trabajo y pobreza
Desde ÁfricaLa sencillez, rasgo de familia, se traduce en actitud de humildad en la vida de Marie Poussepin y en los Reglamentos. Es la marca que debe identificar cada una de nuestras actitudes personales y comunitarias y el conjunto de nuestra vida. Nos sitúa en la verdad de lo que somos ante el Señor y ante los otros. Nos ayuda a descubrir con alegría, que recibimos de Dios fuerza, seguridad y libertad. Nos hace valorar nuestras posibilidades personales y comunitarias en la verdad, sin ostentación ni temor. Nos estimula a ponerlas al servicio de los otros.
La seriedad de nuestro compromiso conlleva, desde la entrada en la Congregación, el aprendizaje personal y comunitario de una vida sencilla y pobre. En cualquier parte donde estemos, en cualquier responsabilidad que nos sea confiada, nuestra acción evangelizadora ha de hacerse en coherencia con nuestra opción preferencial por los pobres. La actitud de pobreza evangélica debe reflejarse en nuestro compromiso de vida, para contribuir al avance de la fraternidad y la justicia entre los hombres y los pueblos.
Fuente: "La Formación en la Congregación. Ratio Formationis"