Espiritualidad

 

Volver a las fuentes, camino de humanización y fraternidad

 

 “Volver a las fuentes del Evangelio y del Carisma es el patrimonio común que nos hace hermanas…” (Hna. María Escayola Coris. Apertura del 56°Capítulo general)

Convento de SainvilleConvento de Sainville

"Para emprender un camino de humanización y fraternidad, es esencial asumir y amar con pasión el carisma de caridad y la espiritualidad dominicana de Marie Poussepin. Son estos una fuente de riqueza, transformación y actualización para cada hermana, para la Iglesia y para el mundo de hoy. La transformación sólo será posible si, con docilidad al Espíritu, volvemos a lo esencial de nuestro ser de persona humana y de mujer consagrada. Reflexionemos sobre: ¿Quiénes somos?, ¿dónde estamos?, ¿por qué estamos aquí? y ¿qué queremos? Estamos llamadas a vivir con gozo, nuestra consagración reflejando en nuestras decisiones y acciones diarias, la coherencia y el compromiso". 

Juntas podemos construir un futuro, donde el carisma de caridad y la espiritualidad dominicana de Marie Poussepin continúen siendo una fuente de inspiración y guía para las generaciones venideras.

Fuente: Documento del 56° Capítulo General - 2024


Hablen con Él a menudo, a menudo hablen de Él

 

La sana espiritualidad abre a la persona, toda entera, a acoger y a dejarse habitar por Dios y a desear que su presencia divina se refleje en la cotidianidad. Los seres humanos deseamos integrarnos y sentir que nuestra existencia tiene propósito; las personas profundamente espirituales han existido en todos los tiempos y en todos los lugares, bajo diferentes confesiones religiosas o incluso sin pertenecer a ninguna de ellas, porque la dimensión espiritual es algo tan profundo del ser humano que lo lleva a dar sentido a la existencia y a trascender.

Haciendo un juego de palabras, ser espiritual es estar aquí y ahora con espíritu y descubrir al Espíritu en la cotidianidad. La máxima, salida del corazón y de la pluma de Marie Poussepin en las Reglas Generales, “hablen con Él a menudo, a menudo hablen con Él”, refleja su dimensión espiritual; expresa la relación personal con Dios que se manifiesta en el aquí y en el ahora de la vida. Para ella, el Dios de Jesucristo no es un Dios de las alturas; es el Padre que está cerca, con el que se puede conversar; que camina con sus hijos, que sufre y se alegra con ellos. Es con Él con quien Marie Poussepin nos incita a hablar constantemente.

Las Reglas Generales, escritas entre 1700 y 1730, para las primeras hermanas y comunidades que se estaban estableciendo fuera de Sainville, contienen consignas de vida espiritual que se adelantan al tiempo eclesial en el que vivió Marie Poussepin. En un ámbito eclesial en el que, por lo general, la capilla o el templo son los lugares de encuentro con Dios y los lugares para hablarle, ella insta a sus hermanas a percatarse de la presencia de Dios en todo lugar: “Él está aquí como allí”, como dirán los grandes místicos medievales: Dios habita en todos y en todo lugar está Dios.

Tanto hablar de mística como de espiritualidad atañe a la santidad que se concretiza en la vida y su camino de integración humana con el Espíritu. Por ello, la sana espiritualidad de Marie Poussepin se manifiesta en la vida relacional; la dimensión espiritual no sólo tiene que ver con Dios, ella se aterriza en la interacción con las mismas hermanas, con los demás y con nosotros mismos.

La presencia de Dios se conserva en todo, no sólo son lugares, sino que son acciones y relaciones que, dentro de la espiritualidad dominicana, orientada a la santidad de vida y a la salvación de las almas, son un camino de plenitud en el seguimiento de Jesucristo. Un camino que abarca la totalidad de la existencia en la contemplación y la acción. Nuestro justo equilibrio espiritual radica, por un lado, en la disponibilidad para conversar con el Señor tanto de lo que nos atañe personalmente como de lo que atañe a nuestro mundo, con sus luces y sombras, y, por otro, en la disponibilidad para hablar de Él a los otros.

Desde IndonesiaDesde Indonesia

Para una dominica de la Presentación o un laico de la Presentación, no es posible pensar en una espiritualidad que sea solamente interiorización sin anuncio concreto del Evangelio a los demás; o solamente pensar en entregarse a la obra evangelizadora en acciones concretas sin espacios frecuentes de encuentro personal con Dios. ¿Cómo hablar con Él sin encuentro real? ¿Cómo hablar de Él sin primero dialogar con Él? Es en el diálogo perseverante y constante con Él que lo conocemos y que el Espíritu nos brinda las mociones que necesitamos para encontrar las mediaciones a través de las cuales las llamadas urgentes de Dios y del mundo nos llegan.

En este punto, el silenciarnos y sosegarnos en la compañía divina resulta clave. Como nos insta Marie Poussepin en los Reglamentos: “El silencio, según San Isidoro de Damieta, es una de las señales más ciertas de la presencia de Dios en un alma y de la plenitud sagrada del corazón” (R VII).

Hoy más que nunca necesitamos hablar con Él a menudo, vivimos en condiciones de mucho ruido y de demasiada actividad en las que ni conversamos con nosotros mismos. Muchas cosas nos dispersan y nos desorientan, perdemos de vista los fines de nuestra vocación humana y creyente y ello nos lleva a perder de vista los medios que pueden ayudarnos y ayudar a otros a sanar. En el lenguaje espiritual de la Orden de Predicadores, estamos llamados a salvar a otros, salvar es sanar vidas. Por ello, sanarnos interiormente es una prioridad para poder ayudar a sanar a otros.

Entre vida en el Espíritu y sanación interior hay una relación estrecha; respirar en Dios y ayudar a que otros respiren en Él, es ya un anuncio de la Palabra. Somos llamados a ser contemplativos de Dios, del ser humano, de la realidad de nuestro mundo; solo así respondemos a la consigna de la Orden “contemplar y dar a otros el fruto de la contemplación”; lo hacemos a la manera de Marie Poussepin, quien quiere su comunidad realmente dominicana, como dice la Intuición Primera.

Nos enorgullecemos, muchas veces, de la alerta que nos hace Marie Poussepin contra las “pequeñas devociones”, que hoy están tan propagadas; pero, deberíamos enorgullecernos aún más de su invitación a jamás omitir el alimentarnos de la Sagrada Escritura, pues, como dice el libro de la Sabiduría: “para que aprendieran tus hijos queridos, Señor, que no alimenta al hombre la variedad de frutos, sino que es tu Palabra quien mantiene a los que creen en ti.” (Sab 16,26). Hablar de Dios es comunicar a otros las maravillas que Él realiza en nuestra existencia a través de su Palabra. Una Palabra contemplada, estudiada y compartida en comunidad y con otros es un ejercicio espiritual que no puede faltarnos, pues es una necesidad para quien desea andar en el camino de Dios (cf. R X).

A manera de conclusión, pensemos en la palabra "espiritualidad", que proviene de "espíritu", según su etimología, ya sea del hebreo, del griego o del latín, significa soplo, respiración. Ser una persona espiritual es saber respirar, con profundidad en Dios. Puede que los resultados de un camino espiritual no se vean inmediatamente, como no se ve el efecto de la sana respiración en el momento en el que se ejecuta. Pero a largo plazo, una vida espiritual a base de encuentros para hablar con Él va sumando en nosotros si estamos disponibles a la gracia divina; la condición es que esos tiempos para conversar con Dios sean deseados y buscados. Después de ello, hablaremos de Él en todo lugar y situación.

Texto: Hna. Ana Francisca Vergara Abril


Cuidar de los "malos", una cuestión espiritual

 

Tenía que escribir sobre la espiritualidad dominicana, pero voy a dar un (gran) rodeo para hablar de la prisión donde trabajo. En efecto, no está del todo claro que exista una “espiritualidad dominicana”. Domingo no escribió ningún tratado de espiritualidad; al contrario, se distanció de los monjes que lo precedieron al no interesarse por las jerarquías o niveles de vida espiritual. Su manera de vivir el Evangelio está explícitamente descentralizada. Lo que le importa son los demás: los hombres y mujeres de su tiempo, sus hermanos, y su Dios. Su oración no busca ninguna elevación contemplativa, sino que es una súplica por este mundo y por este tiempo. Pasa sus noches a los pies de la cruz de su Señor: “Dios mío, mi misericordia, ¿qué será de los pecadores?”. No deja escritos, pero organiza la fraternidad para que la Buena Nueva de la salvación para todos (todos, todos, todos) sea anunciada.

Marie Poussepin no hace otra cosa cuando elige una vida sin clausura para sus hermanas, a fin de que puedan predicar el Evangelio a través de las obras de caridad entre aquellos y aquellas que no interesan a nadie (las niñas que no van a la escuela, los ancianos enfermos que están solos en casa, y todas las personas que necesitan ser alentadas en la fe).

Es por eso que, cuando la ocasión se presentó, comencé con alegría a trabajar como médica en prisión: primero con hombres durante cuatro años, y desde hace casi veinticinco, con mujeres reclusas en el sur de París. De hecho, parece que en la Orden Dominicana, el apostolado en prisión (bajo todas sus formas, en la pastoral o mediante un trabajo profesional) es uno de los campos donde más hermanos, hermanas y laicos están comprometidos.

Mi sobrina, que entonces tenía seis años, un día comprendió que yo trabajaba en una cárcel:
—“¿Tat’Anne (así me llaman mis sobrinos), tú curas a los malos? ¿De verdad? ¿Tú curas a los malos?”.
Le expliqué entonces que no todas las personas encarceladas eran “malas”.

Cuando los adultos plantean la misma pregunta (y muchos ya no se molestan en disimular que piensan que cuidar de las personas presas no tiene ningún valor), es importante explicar que, en democracia, tratar bien a quienes han hecho daño es una forma elegante de venganza que probablemente sea más eficaz que cualquier otra. Y para los creyentes que lo dudan, siempre se puede recordar que Cristo detuvo sobre sí mismo la violencia, exponiéndose a ella para descargarnos a nosotros.

En Francia, desde 1994, la atención médica en prisión depende del Ministerio de Salud, y ya no del Ministerio de Justicia. Así, el personal sanitario en prisión está contratado por hospitales públicos. El espíritu de esta reforma, que cumple ya 30 años, es sencillo: el personal sanitario no debe intervenir en el proceso de ejecución de la pena. Está ahí para cuidar. No son expertos judiciales ni auxiliares al servicio de la administración penitenciaria.

Desde hace algún tiempo, sin embargo, la superpoblación carcelaria creciente (en mi centro pasamos de 180 reclusas a 330 en aproximadamente un año), la escasez de médicos (especialmente psiquiatras) y una política cada vez más centrada en la seguridad hacen que las salidas al hospital para quienes las necesitan sean cada vez más difíciles. El número de funcionarios penitenciarios y de personal sanitario se calcula en función de la capacidad teórica, no del número real de personas reclusas. Así que, con una ocupación del 200 %, tenemos el doble de trabajo.

En resumen: demasiadas personas presas, pocos sanitarios, pocas escoltas para acompañar a los hospitales, y medidas de seguridad reforzadas. Nuestra independencia profesional —la piedra angular del trabajo médico— se ve amenazada. En algunos centros, el director de la prisión ha decidido quién puede ir al hospital y quién no, sin considerar los criterios clínicos de gravedad. Algunos colegas han renunciado cuando consideran que se ha cruzado la línea roja y ya no es posible garantizar la seguridad mínima para los pacientes.

Para luchar contra el riesgo de corrupción del personal, en algunos centros se impone a las personas reclusas un “cacheo integral” tras la consulta médica, lo que, por supuesto, lanza sospechas sobre los equipos sanitarios.

Como solución a las dificultades para llevar a las personas enfermas al hospital, la administración penitenciaria está convencida de que hay que desarrollar la telemedicina. Es una ilusión. Ciertamente, la tele-experticia (un médico que solicita la opinión de otro) puede ser útil para dermatología o anestesia. Pero no debería convertirse en un pretexto para ofrecer una medicina de segunda categoría a las personas que ya no queremos tocar, oler, o siquiera ver. El cuidado siempre está vinculado a la presencia del cuerpo, y los dispositivos técnicos no deben cegarnos. Es una cuestión de encarnación.

Y sobre todo, no olvidemos que las personas encarceladas (la gran mayoría de las cuales no son peligrosas, sino atrapadas por la miseria) salen un día de prisión. Y si la sociedad las ha hundido en la desesperación, amontonándolas de tres en una celda, sin ducha diaria, con humillaciones como los cacheos después de cada consulta, con audiencias judiciales por videoconferencia y con telemedicina… entonces, sí, algunas de ellas, desesperadas, se volverán peligrosas.

Para proteger a la sociedad, los más vulnerables merecen mayor atención. Es un principio fundamental de salud pública. Y resulta que también es un principio evangélico.

Trabajar en un lugar como la prisión permite abrir los ojos a lo que ocurre en toda la sociedad. La prisión es una lupa. El endurecimiento de nuestras sociedades se ve con claridad allí. Y en una prisión de mujeres, lo que salta a la vista es, ante todo, la miseria: miseria económica (muchas provienen de América Latina, sobre todo de Brasil, con cápsulas de cocaína en el estómago), miseria afectiva (la prostitución de menores va en aumento), miseria psíquica de personas que ya no son atendidas en hospitales, porque la atención en salud mental en Francia está colapsando; miseria emocional que a menudo nace de la violencia sexual sufrida por más del 80 % de las mujeres detenidas, y que puede llevar a nuevas formas de violencia.

Intentar perseverar en este lugar es, verdaderamente, una cuestión espiritual y, al mismo tiempo, política. Se trata de cuidar a quienes ya no le importan a casi nadie.

Como Domingo, a los pies de la cruz de Cristo, la prisión me ha enseñado a leer la Biblia de otra manera, quizá a vivir la vida comunitaria de otra manera, y a suplicar por los habitantes de este mundo y de este tiempo. La prisión es un lugar extraordinario de descentramiento, que quizás sea el único camino del Evangelio: ¿despreocuparse de uno mismo para ocuparse de los otros?

Pero queda una pregunta ardiente: ¿hasta cuándo será posible seguir trabajando allí? ¿Dónde está la línea roja entre perseverar para proteger un poco a quienes están detenidos y marcharse para no correr el riesgo de convertirse, sin quererlo, en cómplice del maltrato?

Escribir este texto, hermanas mías, es también una súplica: una súplica por estas mujeres detenidas a las que casi nadie recuerda.

Texto: Hna. Anne Lécu


 

Una renovada espiritualidad nos lleva a trascender fronteras

 

“Maestro, ¿Qué debo hacer? (Lc 10, 25)

“Reconocemos el paso de Dios en la vida de cada hermana, en fidelidad creadora, a ejemplo de Marie Poussepin, “Apóstol social de la Caridad”. Avanzamos animadas por el Espíritu Santo que nos impulsa a una profunda renovación espiritual que dé mayor sentido y fuerza a nuestra vida; nos lleve a recrear en comunidad fraterna el seguimiento de Jesucristo, y a trascender fronteras con audacia y creatividad. El carisma de nuestra Madre Fundadora nos arraiga en la contemplación de la Palabra y la realidad, con una mirada de misericordia, y nos mueve a acercarnos fraternalmente a los más pobres y vulnerables para buscar con ellos nuevas formas de trabajar por la dignidad humana y la liberación total en Cristo (Cf. C 86). La llamada de Dios y la respuesta al seguimiento de Cristo nos urge a reconocerlo en los otros, a dejarnos encontrar y transformar por Él, en la oración y la vida cotidiana, como mujeres consagradas, enviadas a ser memoria viviente del Evangelio del Reino y profetas de esperanza”.

Fuente: Documento del 55° Capítulo General - 2019

Sto. Domingo - detalle de altar en la capilla (La Grande Bretèche)Sto. Domingo - detalle de altar en la capilla (La Grande Bretèche)

El carácter dominicano

El carácter dominicano de la Obra de Marie Poussepin se manifiesta en la solidez de su Institución. Como Domingo, ella supo conjugar tres fuentes inspiradoras de este proyecto de vida evangélica en la Iglesia:
 
  • Una idea fuerza espiritual: "La vita apostolica".
  • Una forma de vida regular: La comunidad fraterna.
  • Una misión: El anuncio de Jesucristo por el ejercicio de la caridad.

Todo ello enmarcado por el modo peculiar ideado por Domingo:

  • Fidelidad a los consejos evangélicos.
  • Fervor en la oración y en la celebración común de la liturgia, principalmente la Eucaristía y el Oficio divino.
  • Asiduidad en el estudio.
  • Perseverancia en la observancia regular.
  • Unanimidad en la vida común. 

Nuestra Fundadora establece su obra, sobre unas bases sólidas, que le permiten dar cauce a su liberalidad sin perder la originalidad del proyecto inicial: una comunidad dominicana al servicio de la Caridad. La unicidad de este Proyecto, es la expresión de una caridad "organizada, prudente, razonable, constante" (cfr. Théry), gracias a la cual, se hace posible la consolidación de la obra, que ella quiere extender y perpetuar: "para que lleven donde quiera que sean llamadas, el conocimiento de Jesucristo y sus misterios" y para que puedan vivir en la Casa de Sainville y en los establecimientos "la vida que Nuestro Señor llevó sobre la tierra..." (cfr. R I, XXVII).

Una comunidad dominicana al servicio de la Caridad

En la base de esta Institución está la estructura comunitaria, donde se construye la comunión, se realiza la misión y se vive en totalidad la Intuición Primera. Desde la comunidad, se dispersarán las primeras hermanas en vista del servicio de caridad, manteniendo siempre la referencia a la "Casa" que las congrega. Regresan a ella regularmente como al lugar favorable para "renovarse y conservar la unidad del mismo espíritu", para encontrar el ambiente adecuado al estudio, al silencio, a la interiorización y al descanso. 

La comunidad de Sainville

En la Casa de Marie Poussepin se da una verdadera unidad entre comunidad y acción apostólica, observancia regular y servicio de Caridad. Su Comunidad es un "todo", y en ella y a través de ella se viven los elementos de su intuición, cuya novedad consiste en una forma conventual, dedicada a las obras de caridad.

Comunidad, regla, superiora, asamblea comunitaria, son los elementos que determinan y hacen posible esta original intuición. El esquema de Sainville, es el patrón constitutivo y organizativo, que ha permitido en la diversidad de lugares y de situaciones, la continuidad y actualización del único proyecto. La comunidad fraterna es la síntesis de la comunión, mantenida en cada una por la confianza mutua y alimentada por la participación plena de todas, en la Obra común (cfr. R I).

Fuente: Cfr. "Marie Poussepin y su comunidad. El Servicio de la Autoridad"


 

Una espiritualidad mariana

 

La espiritualidad de las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación, como lo fue para Marie Poussepin, es cristocéntrica y mariana. Ella puso a su Comunidad bajo el patrocinio de la Virgen, en el misterio de su Presentación al templo.

 Vitral (La Grande Bretèche) Vitral (La Grande Bretèche)

La Presentación de la Virgen María en el Templo

Es una de las doce fiestas principales del año litúrgico oriental, nos invita a actualizar este misterio en la vida cristiana, a festejarlo con alegría, “portando con las vírgenes nuestras lámparas encendidas”. Esta celebración pasó al calendario romano en 1585. Una tradición muy antigua cuenta que cuando la Virgen María era muy niña sus padres, Joaquín y Ana, la llevaron al templo de Jerusalén, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida respecto a la religión y a todos los deberes para con Dios. Es en el Protoevangelio de Santiago, uno de los evangelios apócrifos, donde se narra este hecho.

En el misterio de su Presentación, misterio de escucha y de contemplación, de acogida y de entrega, María se consagra radicalmente al Señor con un “Sí” que prolonga día tras día. María es para nosotras “modelo de fidelidad y de don” (C 15), de una vida totalmente realizada en el amor. María es la mujer que acogió en ella al Verbo para ofrecérnoslo. Al igual que ella, acogemos a Cristo para ofrecerlo al mundo. Esta actitud de ofrenda se expresa en la celebración anual de la fiesta de la Presentación de María, en la que renovamos nuestros compromisos religiosos y en la entrega a los hermanos a través del servicio de caridad. Como una madre que no olvida a su hijo, expresión misma de la ternura maternal de Dios, María nos enseña la misericordia, y por su intercesión, "podemos esperarlo todo".

Fuente: Textos diversos de la Congregación

 

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