No voy a retomar la vida de nuestra fundadora, que todas conocemos, sino que voy a insistir en tres puntos que pueden ser ocasiones de un trabajo personal, comunitario o con otras personas. Como decía el padre Bonduelle, historiador, en el coloquio que se organizó en Tours, el 30 de noviembre de 1994, con ocasión de la Beatificación:
“Marie Poussepin funda su comunidad en un período crítico de la historia de la Iglesia y del Occidente, en general. Este período, que se ha descrito como “la crisis de la conciencia europea”, pone de nuevo, en tela de juicio, directamente o no, insidiosamente o más claramente, las grandes certezas de los tiempos precedentes. Encuentro significativo y muy notable, que Marie Poussepin, a su manera, responde a esta crisis yendo al núcleo. Este es el genio de la santidad, el ir al centro, al núcleo en una época determinada. En su época, la Bienaventurada comprende que el centro es la caridad, la caridad activa, la caridad inteligente, eficaz y ella imagina, entrevé, percibe los desafíos que pueden encontrar las hermanas consagradas y activas. ¿Llegaría ella a esta percepción, apoyándose al inicio, en el carisma de Santo Domingo?
I. La caridad en tiempo de crisis
Marie Poussepin desde su juventud, va desarrollando un talento por la caridad en tiempos de crisis, a través de su profesionalidad y de su compromiso caritativo en la Cofradía de la Caridad. La urgencia es la de encontrar las personas, estar con ellas y como ellas. Descubre que desde el jardín del génesis, el nombre de Dios, es Emmanuel, “Dios con nosotros”: “el Señor se paseaba en el jardín a la hora de la brisa”.(Gn 3,8) Ella leyó el Evangelio según San Juan y la oración de Jesús: “Padre, los que Tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo” (Jn 17,24).
Ser con…
“No sin ti” dice Dios al hombre. Y el creyente que tiene a Dios en la piel dice a su vez a su hermano, a su hermana, “no sin ti”. Este “no sin ti”, es la decisión de Dios de estar con nosotros, desde el pesebre hasta la cruz. Es sobre esta convicción que Marie Poussepin construye su existencia, y más tarde su fundación. “Que jamás sea separado de ti”, es la oración silenciosa del sacerdote durante la celebración de la Eucaristía. Pero indirectamente, es la oración de todos aquellos que quieren asociar a las personas cercanas a la buena noticia del Evangelio. Marie va a instituir obras de caridad que significan para aquellos y aquellas que participarán en ellas, que no nos salvaremos los unos sin los otros, y que la salvación comienza en esta vida, cuando es más digna y libre.
El estilo de vida que ella escogió para su comunidad es claro: será sin clausura, y el vestido, el mismo de las campesinas de su región, con los colores de la Orden. Se trata de “estar con” el pueblo, como Jesús estuvo con su pueblo, mezclado entre los suyos. El primer prójimo, es Cristo, y la primera proximidad es la del Reino de Dios.
La noción de proximidad en el Evangelio
→ Propuesta: compartir a partir del Evangelio de Lucas 10,1-11: “El reino de Dios está cerca (eggizô)” ¿Cuál es esta cercanía?
“Después de esto, el Señor designó a otros sesenta y dos, y los envió de dos e dos, delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde Él había de ir. Y les dijo: “La mies es mucha, y los obreros pocos. Rueguen, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Vayan; miren que los envío como ovejas en medio de lobos. No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saluden a nadie en el camino. En la casa donde entren, digan primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de la paz, la paz de ustedes reposará sobre él; si no, se volverá a ustedes. Permanezcan en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. En la ciudad en que entren y los reciban, coman lo que les pongan; curen los enfermos que haya en ella, y díganles: ‘El Reino de Dios está cerca de ustedes’. En la ciudad en que entren y no los reciban, salgan a sus plazas y digan: ‘Hasta el polvo de su ciudad, que se nos ha pegado a los pies, se lo sacudimos. Pero sepan, con todo, que el Reino de Dios está cerca” (Lc 10,1-11).
Juan Bautista lo decía y Jesús retoma la expresión: el reino de los cielos está cerca (Mt 3,2). Se podría traducir: “la realeza de Dios se ha acercado” (Lc 10,9), o aún interpretar: “la realeza de Dios es su proximidad”. Es porque Él está cerca de nosotros, que Él reina. Él no reina por el poder, sino por la proximidad. Si la manera de ser de Dios reside en su proximidad (y era ya el caso cuando su palabra viajaba con el pueblo, cobijado por el Arca de la Alianza), una cercanía vulnerable, vivir de su vida no puede hacerse sino en la proximidad.
El pasaje de Lucas 10 es importante porque expresa la manera de ser de los discípulos. Ir de dos en dos, es significar que la proximidad de Dios se anuncia en la proximidad que tenemos los unos con los otros. La vida común y la atención a la hermana más cercana, que quizás no es mi amiga, significa la proximidad de Dios hacia todos. Esta proximidad es ante todo suave, no se complica con muchos objetos o técnica. Porque es en la relación de unos con los otros, abierta a terceros, que la paz se anuncia.
Se trata por tanto de “permanecer allí”. Aceptar ser acogido, porque si Dios nos ha dado la gracia y la posibilidad de acogerlo entre nosotros, es porque, dar la posibilidad a otro de ser acogedor, es un regalo. Solo después de haber “permanecido allí”, a beber y a comer, lo que nos sirven; luego de habernos vuelto ‘compañeros’, es que se puede tener cuidado del otro; para la finalidad última del discípulo: ’anunciar’ que, en esta proximidad vivida juntos, sencillamente, es primero y ante todo Dios que se ha aproximado, porque su realeza es su proximidad. Lo más paradójico, es que incluso en el corazón del rechazo –porque esto puede ocurrir- se hace el anuncio de la proximidad de Dios. (v 11)
Por tiempo de crisis
La Iglesia de hoy atraviesa una tempestad extremadamente seria y ningún país está exento. Descubrimos con espanto que, en nombre del Evangelio, los crímenes sexuales y los abusos de autoridad de larga duración han podido destruir a las personas.
Es notable que siempre se trate de situaciones singulares, que no han llamado la atención de las autoridades. Pero al final, se descubre que no son situaciones singulares, sino un sistema de ceguera y de abuso que ha permitido llegar donde estamos. La proximidad requerida con nuestros contemporáneos se sitúa pues a dos niveles: necesitamos entender cada situación dolorosa singular, porque la caridad verdadera solo existe en la singularidad de un encuentro y al mismo tiempo necesitamos comprender el nivel sistémico para poder actuar. ¿Cuál es la proximidad requerida en este contexto? ¿De quién debemos hacernos prójimo y cómo?
à Propuesta: compartir a partir del Evangelio de Lucas 10,25-37: “¿Quién es mi prójimo?”
II. Una caridad activa
Marie Poussepin escogió vivir una caridad activa. Ella invita a sus hermanas y a las personas de su entorno a la puesta en práctica concreta de la fe, convencida que es así como el Evangelio será anunciado. Por eso toda su vida podría ser resumida en las obras de misericordia corporales y espirituales[1], ya que son inseparables las unas de las otras. Esto lo deja escrito Marie, con fuerza, en sus Reglamentos
1) Las obras de misericordia
Es claro que la obra de Marie Poussepin se inscribe deliberadamente en las obras de misericordia, como las pudimos profundizar con ocasión del Año Santo de la Misericordia, en 2015. La Positio lo resume y reenvía a los Reglamentos: Así los cuidados serán “corporales y espirituales hacia los pobres enfermos del campo o de los hospitales” (R. I, XXXVI, XXXVII), la instrucción de las niñas será orientada hacia la lectura, y también hacia las verdades de la religión y la aritmética (R. I y XXVII) (Anexo 1).
2) El tema de la salvación: “¿Qué será de los pecadores?”
Lo que sostiene la práctica de las obras de misericordia es el tema de la salvación. Era precisamente el grito de Santo Domingo: “Mi Dios, mi misericordia, ¿qué será de los pecadores?”. Se encuentra un acento en esta misma inquietud en los Reglamentos con respecto a la recepción de postulantes y novicias:
Como es la caridad la que debe ser el alma de la Comunidad, será ella la que abrirá la puerta a todas las personas que se retiren del mundo, por el deseo de una sincera conversión. No se hará distinción ni de país, ni de nacimiento; sino que se preferirá aquellas que tuviesen una mejor voluntad de consagrarse por entero al servicio de Dios, y entre estas, aún las más pobres y las que están en mayor peligro de su salvación, deben tener la preferencia (R XIV).
Además de la acogida de las novicias, es probable que esta preocupación, por las y los “que están en gran peligro de salvación”, fuera para Marie un objetivo mayor.
→ Esto nos puede conducir a una reflexión sobre la salvación.
¿Qué es anunciar la salvación hoy? Es muy claro que, si la vida eterna comienza desde ya, la salvación tampoco es para más tarde. Si hoy la urgencia es que nos situemos en tiempo de crisis para la Iglesia, ¿no hay que pensar la salvación como una liberación de todo lo que encierra al hombre, la pobreza, la soledad, las esclavitudes?”. Un texto de un autor ruso podría darnos una pista que nos oriente:
No solamente los difuntos deben ser liberados de la muerte y resucitados, sino todos los seres deben ser salvados y liberados del infierno. La última exigencia de la ética se traduciría así: -orienta todas las fuerzas de tu espíritu hacia esta liberación. En la orientación de tu actividad, no crees el infierno para nadie, ni en este mundo ni en el otro. […] no te limites a no crear el infierno, sino destrúyelo por todos los medios. […]
Tanto los que se dicen “buenos” como los que se dicen “malos”, tendrán que responder ante Dios; pero tenemos razones para creer que ese juicio será diferente del juicio humano. […] los “buenos” tendrán que responder de haber creado el infierno, de haber estado satisfechos de su bien, de haber dado un carácter elevado a sus instintos vengativos, de haber sido un obstáculo al perfeccionamiento de los “malos” y de haberlos empujado, por su juicio, a la vía de la perdición. […] Si no me es dado saber que no existirá el infierno, me es dado saber que no debe existir, que yo debo, sin aislarme, trabajar en la obra de la salvación universal[2]
→ ¿Cuáles son los infiernos que debemos vaciar hoy? ¿Quién nos espera allí? y ¿con quién podemos “trabajar en la obra de la salvación universal”? porque no es una obra que se pueda hacer en solitario.
III. Una caridad inteligente
En los Reglamentos desde el primer capítulo, después del cuidado de los enfermos del campo y la educación de las niñas, Marie Poussepin se atreve a proponer algo realmente innovador y extremadamente pertinente para nuestro tiempo: “lecturas y conferencias familiares para las personas más avanzadas en edad, sobre las cosas necesarias para la salvación”
- Predicar en femenino: “llevar a todos el conocimiento de Dios y de sus misterios”
Marie Poussepin invita a sus hermanas “a llevar a todos el conocimiento de Jesucristo y de sus misterios”. La predicación explícita es pues una auténtica obra concreta de caridad. Es la comunidad quien predica y la que se forma para esto. En efecto, una de las urgencias de su tiempo y sin duda del nuestro, es formar el espíritu crítico de las hermanas, su inteligencia, su razón. Los tiempos de crisis son siempre tiempos en los cuales lo irracional puede arrastrarnos hacia lo peor. Se ve hoy en los abusos de autoridad en los grupos que han confundido el dominio psicológico y el dominio espiritual. Una auténtica formación espiritual es finalmente un deber, para evitar caer en esas desviaciones.
Conviene releer aquí el capítulo X de los Reglamentos. (cf. Anexo 2)
No se trata de intelectualismo, pero sí de hacer entender el Evangelio para ponerlo en práctica. Pero ¿cómo ponerlo en práctica si no se ha escuchado en toda su densidad y en la polifonía del conjunto de la Biblia? Marie Poussepin practica con sus hermanas una predicación explícita y concreta. Y ella es creíble, porque al mismo tiempo que predican, sus hermanas se ocupan de los enfermos y de las personas que sufren, se ocupan de educar a las jóvenes en la libertad, no solamente en los trabajos domésticos de la época, sino por la lectura y la aritmética. Marie Poussepin hace de la predicación una obra de caridad.
El desafío es una vez más la proximidad: se trata de hacer tocar con el dedo la proximidad de Dios. La Iglesia es para el mundo, porque Cristo es para todos. Su palabra es para todos, ella es bálsamo, una fuerza, un poder que invita a actuar en este mundo. Pero esta proximidad de Dios solo puede percibirse por la proximidad de aquellos que se dicen cristianos.
La historia no lo dice, pero puede ser que Marie Poussepin se haya inspirado en las Cartas de Pablo, como 2 Timoteo 4,1-5
"Te ruego delante de Dios y de Cristo Jesús, juez de vivos y muertos, que ha de venir y reinar, y te digo: predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo, amenazando o aconsejando, siempre con paciencia y dejando una doctrina. Pues llegará un tiempo en que los hombres ya no soportarán la sana doctrina, sino que se buscarán maestros a su gusto, hábiles en captar su atención; cerrarán los oídos a la verdad y se volverán hacia puros cuentos. Por eso debes estar siempre alerta. No hagas caso de tus propias penas; dedícate a tu trabajo de evangelizador; cumple bien tu ministerio."
→ ¿Dónde se espera la palabra de las mujeres? ¿Cómo vivir las recomendaciones de Pablo?
Este aspecto de nuestra historia nos exige una seria formación teológica, pero no solamente eso. Nuestra Fundadora nos invita a pensarla “con otros”, “para otros”, porque ha querido que sea en la proximidad de la vida fraterna, que surjan estas conferencias, en la simplicidad, “para gloria de Dios y el bien del prójimo”.
→ El puesto de las mujeres en la Iglesia es una cuestión que nosotras no podemos ignorar. Probablemente se trata de diferente manera en cada país en donde estamos presentes. ¿Cómo asumimos esta cuestión allí donde estamos?
- Un ejercicio justo de la autoridad.
Marie Poussepin se permitió cambiar la orientación de su empresa, relanzarla haciendo medias de lana, y estando en pleno funcionamiento, la dejó a su hermano. Con las hermanas que la siguen, ella imagina que es posible una vida religiosa dominicana sin clausura. En los ejes que ella escoge para trabajar en su instituto naciente, no tiene intuiciones excepcionales; se cuela en los intersticios abandonados por los poderes públicos, pero al interior de ellos, permite una forma de subversión de la Palabra; ella se autoriza y autoriza a sus hermanas a predicar y eso, sin darse importancia. Ella ejerce una forma de autoridad, en el sentido como lo entiende el historiador jesuita Michel de Certeau:
“La autoridad autoriza. Ella hace posible lo que no era posible. Por esta razón “permite” otra cosa, así como un poema o una película inaugura una percepción que no había sido posible antes: después no se ve más, no se piensa más de la misma manera. […] La autoridad produce la diferencia, ella permite que se realice un cambio de mirada, de modo de vida, de forma de pensar… Ella […] se sitúa del lado de las condiciones de posibilidad”.[3]
La cercanía de Marie Poussepin, con su familia, en Dourdan y luego en Sainville, no es una proximidad que se impone. Cuando su hermano decide hacer pagar de nuevo la tasa de aprendizaje a los jóvenes de taller, ella ya no firma los contratos, pero permanece allí, porque todos viven en su casa. Cuando alberga a Marie Olivier, le deja su cama. Funda con otras, su instituto. Quiere promover el talento y la generosidad de los otros. Nos deja una especie de retrato-robot de la hermana de caridad dominica, que cada una de nosotras puede vestir con sus propios vestidos y su propio genio. La interrogación que finalmente nos deja es: ¿cómo el Evangelio nos abre a una verdadera libertad interior, en la cual podemos crecer y ayudar a otros hombres y a otras mujeres a ser libres? Las obras de caridad, corporales y espirituales ¿no están todas al servicio de la libertad que Cristo nos ha prometido? Una libertad que no hace ruido, pero que se construye en la proximidad, con aquellos que están cerca de nosotras, en la Iglesia, en la vida profesional o asociativa; una libertad en la cual la humildad no tiene nada que ver con la sumisión.
“Ella vio lo que era bueno a los ojos de Dios y lo cumplió”
*Sor Anne Lecu es una hermana de la Provincia de Francia. Trabaja como médico en Fleury-Mérogis, una de las mayores cárceles de Europa, a 10 km al sur de París, desde hace 23 años. Es filósofa, ensayista y ha escrito varios libros que tratan temas como la vergüenza, la inocencia, la alegría, el sufrimiento, la misericordia de Dios. En uno de ellos, titulado: "Has cubierto mi desnudez", explica, con ejemplos de la Escritura, como Dios deja a un lado las malas acciones porque no está interesado en nuestros delitos; sólo quiere estar en contacto con la parte de nosotros hecha a su imagen.
Anexo 1. Reglamentos I
“Esta Comunidad es una agrupación de Mujeres acordemente unidas para consagrarse de una manera particular al servicio de Dios y del Prójimo. Su fin es imitar por su conducta tanto como pueden hacerlo las personas de su sexo, la vida que Nuestro Señor llevó sobre la tierra y caminar sobre las huellas de esas santas que, aplicadas dentro de sus Casas a los ejercicios de piedad, se entregaban por fuera a todo lo que podía inspirarles la caridad: es esta la virtud que Nuestro Señor más recomendó y que practicó. Él con tanto cuidado que su vida toda fue un continuo ejercicio de ella. Su corazón adorable ardía de amor por su Padre y por los hombres. Todas sus acciones las hizo en un deseo sincero de agradar a Dios; y no contento de trabajar por la curación de nuestras almas, quiso aún obrar la de nuestros cuerpos y proveer a todas nuestras necesidades.
Las Hermanas harán todos sus esfuerzos por mantener en ellas esta divina virtud. La practicarán para con Dios, entregándose con una fidelidad inviolable a la más exacta observancia de las máximas del Evangelio, de los preceptos de la Iglesia y de las promesas de su Bautismo. Y bien persuadidas, como deben estar de que las prácticas exteriores de piedad nos conducen a ello, serán muy constantes en todos los ejercicios religiosos que se hagan en su parroquia y en todos los puntos que prescribe el Reglamento. La practicarán con el prójimo, y para esto prestarán los servicios corporales y espirituales a los pobres enfermos del campo o de los hospitales de los cuales estén encargadas. Se emplearán en enseñar a las niñas las verdades y máximas de la Religión, con la lectura, la escritura y los trabajos que puedan convenir a su estado. Harán en sus casas para las personas más avanzadas en edad, lecturas y conferencias familiares sobre las cosas necesarias para la salvación y recibirán en su casa a las que deseen hacer retiros. […]
Anexo 2. Reglamentos X
La lectura es uno de los ejercicios de piedad al cual no deben nunca faltar las personas de Comunidad. “No solo de pan vive el hombre, dice Nuestro Señor, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4) San Atanasio estima la lectura tan necesaria para una persona que quiere andar en el camino de Dios, que “no veréis ninguna de ella, dice él en sus exhortaciones, verdaderamente entregada a su servicio, que no se dé a la lectura” (A. ad Relig). San Agustín no se explica sobre ello con menos fuerza. (Ep. Ad Virg. Denutriad 143) “Leed la Sagrada Escritura de manera que os acordéis siempre que todas las palabras que están allí son otras tantas palabras de Dios, quien quiere no solamente que se conozca su ley, sino también que se cumpla”. Esta divina lectura, según S. Ambrosio, (sermón 35) es la vida del alma, y es lo que el Salvador ha querido enseñarnos cuando nos dice en San Juan que “sus palabras son espíritu y vida”. (Jn 6,64)
Si las Hermanas desean pues vivir la vida espiritual, caminar en las vías de Dios y abrasarse todos los días más y más en el fuego de su amor, que no dejen pasar ningún día sin darle a la lectura el tiempo señalado. El medio verdadero para aprovechar de ella es aplicarnos a nosotros mismos lo que leemos. Haréis buen uso de la Santa Escritura, dicen San Agustín y San Gregorio, (Ep. 143 ad candem) “si os servís de ella como de un espejo, a fin de que mirándose en él vuestra alma se corrija de lo que ella tiene de malo y que ella perfeccione lo que pueda haber de bueno”. Lo que estos Santos dicen de la Santa Escritura, debe también aplicarse a toda clase de lectura espiritual, puesto que estos libros no contienen sino las mismas verdades, que estos Santos se han esforzado en hacernos más inteligibles. Estas instrucciones son para toda suerte de personas; pero se refieren aún más de cerca a las Hermanas.
Uno de los principales deberes de su estado es instruir a la juventud, hacer conferencias espirituales a las personas de su sexo, más avanzadas en edad, no solamente para retirarlas de los desórdenes a los que la ignorancia y las pasiones las haya hundido; pero también para hacerlas avanzar en su salvación. ¿Pero cómo podrían lograr esto si no están penetradas de las verdades que contienen los libros de piedad?
Estas conferencias se harán todos los domingos y fiestas, tanto en la Comunidad, como en las parroquias, sobre la lectura precedente. Las Hermanas que estén encargadas de hablar, se limitarán a lo que se ha leído y se contentarán con inculcarlo sencillamente, evitando con cuidado la vanidad y no buscando en todo sino la gloria de Dios y el bien del prójimo.
[1] Recordamos que las obras de misericordia corporales, de las cuales hay siete, retoman el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: Dar de comer al hambriento, Dar de beber al sediento, Vestir al desnudo, Acoger a los extranjeros, Asistir a los enfermos, Visitar a los prisioneros, Enterrar a los muertos. Pero estas siete obras se complementan con las obras espirituales, también en número de siete: Aconsejar a los que dudan, Enseñar a los ignorantes, Corregir a los pecadores, Consolar a los afligidos, Perdonar las ofensas, Soportar pacientemente los defectos del prójimo, Rezar a Dios por los vivos y por los muertos.
[2] Nicolas Berdiaev, De la destination de l’homme, essai d’éthique paradoxale, Lausanne, L’Age d’Homme, 1979, p. 361-363.
[3] Michel de Certeau, La Faiblesse de croire, Paris, Seuil, 2003, p. 119-120.