“No encontraban un lugar donde recostar la cabeza”

on 19 Jun, 2021
Visto: 1609

Caracas (Venezuela), 19/06/2021, Hna. Nícida Amparo Díaz Leal.- No encontraban un lugar donde recostar la cabeza; esta es la dramática cotidiana de los refugiados. En esta reflexión quiero detenerme en la dinámica del ver, juzgar y actuar, pues ella nos permite una mayor comprensión del tema y nos ayuda a ser conscientes de nuestro compromiso hacia un servicio de Caridad fraterna con nuestros hermanos refugiados.

¿Qué vemos en los refugiados?

Hombres y mujeres, niños, jóvenes, adolescentes, adultos mayores, familias, etc., que huyen de su país de origen a causa de la guerra, la violencia y la persecución; huyen porque no tienen trabajo, pasan hambre, no tienen las condiciones mínimas para vivir dignamente; sienten miedo porque sus vidas y la de los suyos corren peligro, por tal razón emigran buscando protección en otro país. Huyen en medio de la incertidumbre, saben que salen de su país, con esperanza, arriesgándolo todo, pero cuando llegan a su destino, no encuentran lugar donde recostar la cabeza, porque se les niega, se les rechaza, son discriminados y, sin embargo, siempre hay una luz que brilla en el camino, y esas son las personas que se hacen prójimo, que salen al encuentro, que alimentan y sostiene la esperanza, salen al encuentro con gestos humanizadores y esperanzadores, gestos humanos y divinos que ayudan a que la carga sea ligera y los pasos sean seguros y confiados.

¿Desde dónde juzgar esta dramática de tal manera, que nos ayude a comprender su realidad?

La juzgamos desde el horizonte de Dios. Como mujeres cristianas y consagradas al Dios de la vida en el Carisma de Marie Poussepin, no podemos ser indiferentes a ellos, estamos llamadas a descubrir en cada persona refugiada un lugar teológico, ese lugar donde Dios se hace presente y nos pide escuchar su grito y contemplar su rostro escondido. “En los refugiados y desplazados internos está presente Jesús, obligado, como en tiempos de Herodes, a huir para salvarse. Reconozcamos en ellos a Cristo que nos interpela (Mt 25,31-46)[1].  

La juzgamos también desde el horizonte de nuestro Carisma que busca siempre acoger a Cristo en cada persona para servirle en la Caridad, a ese Cristo hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado. Un servicio que busca “anunciar a Jesucristo” con nuestra manera de ser y de estar entre ellos. Esta realidad, nos “urge a comprometernos en la lucha por la dignidad humana y la liberación total, en Cristo de nuestros hermanos más pobres” (C 86).

La juzgamos como signo de los tiempos hacia donde está soplando el Espíritu Santo, para determinar nuestras prioridades apostólicas, descubrir y comprender los valores y los problemas del mundo, las aspiraciones profundas de nuestros hermanos y hermanas (Conf. C 86).

¿Y nuestro actuar hacia dónde va?

La realidad de las personas refugiadas se convierte para nosotras en la llamada a desaprender lo que ya está hecho, establecido y programado, para aprender la disponibilidad ante esta periferia existencial de quien se atraviesa en el camino, cansado, herido, golpeado, sediento y hambriento de gestos fraternos y solidarios que tienden sus brazos para abrazarlos con la ternura y la compasión que llevamos dentro.

En medio de esta realidad escuchamos la voz de Dios que nos dice “Consuelen, consuelen a mi pueblo… háblenle al corazón” (Isaías 40, 1-2) …escuchando nos acercamos a ellos “no con palabras superficiales y dulzonas sino de entrañas de misericordia, abrazo que da fuerza y es paciente cercanía para hallar los caminos de la confianza” (Alegraos, pág. 36).

Nos acercamos para acompañarlos como acompañó Jesús a los discípulos de Emaús, como acompañó a la primitiva comunidad después de su resurrección, ayudándolos a comprender esa nueva realidad que estaban viviendo. Nos acercamos para acogerlos como Marta y María acogieron a Jesús en Betania; para protegerlos como lo hizo José con María y el niño Jesús cuando huyeron a Egipto; para promoverlos en su dignidad de personas, hijos muy amados de Dios, protagonistas de su historia personal…

Los refugiados son el rostro escondido de Cristo que no tiene donde recostar la cabeza… Nuestro compromiso con ellos es la de poner nuestro hombro y extender nuestros brazos, sin asco, sin miedo y decirles que hoy, mañana y siempre encontrarán en nosotras ese lugar donde recostar su cabeza… Un gesto de caridad, Caridad heredada de Marie Poussepin y continuada en cada hermana a lo largo de la historia en el quehacer cotidiano de nuestro Carisma.


[1] Mensaje del Papa Francisco para la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado