Caracas (Venezuela), Hna. Nícida Díaz Leal, 11/11/2024.- Quiero comenzar esta reflexión con una anécdota de Anthony de Mello: “Hacía un frío que cortaba, y el rabino y sus discípulos se hallaban acurrucados junto al fuego. Uno de los discípulos, haciéndose eco de las enseñanzas de su Maestro, dijo: En un día tan gélido como éste, yo sé exactamente lo que hay que hacer. ¿Qué hay que hacer?, le preguntaron los demás. Conservar el calor. Y si eso no es posible, también se lo que hay que hacer. ¿Qué hay que hacer? Congelarse. La realidad existente no puede realmente ser rechazada ni aceptada. Huir de ella es como tratar de huir de tus propios pies. Aceptarla es como tratar de besar tus propios labios. Todo lo que hay que hacer es mirar, comprender y estar en paz” (La oración de la rana, pág. 28).
Eso es lo que buscamos ante la realidad tan convulsionada que estamos viviendo en estos años donde la guerra (Ucrania, Israel, Palestina, el Líbano, Myanmar, Sudan, Haití…,y tantos países que viven en atmosfera de guerra), donde la mentira y el fraude se imponen (Venezuela, Nicaragua…); el odio y la venganza toman la delantera y parece que nadie puede hacer nada para detener tanta maldad y, todo se va normalizando, insinuando que no hay otro camino sino el de acostumbrarnos a que “la vida es así y qué le vamos a hacer” …Pues, ¡no! Hermanas/os, la vida no es así. Por tanto, nos urge hacer justicia a la realidad, tenemos que desaprender nuestro conformismo y aprender a ser resistentes evangélicos/as, vivir a contra corriente de un sistema que no mira sino el poder y el tener a costa de vidas inocentes. De un sistema creado “por hombres que quieren las guerras, las desencadenan, las alimentan, las prolongan inútilmente o cínicamente sacan provecho de ellas” (Papa Francisco en Pontiffex_es. 12 de octubre 2024).
Un sistema que se aferra al poder con el fraude como lo estamos viviendo en Venezuela; se niega descaradamente la verdad de un pueblo que se arriesgó a votar por la democracia y la libertad para vivir con dignidad. La paga es la cárcel de adolescentes, jóvenes, mujeres y hombres para garantizar el poder corrupto y opresor.
Un sistema causante de la migración, desplazados y refugiados, de las víctimas de trata y la explotación de tantos hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes que lo único que les queda es vender su cuerpo “a escondidas” para poder comer y sostener a su familia sacrificando su dignidad para que su familia viva…
Nos urge esa sabiduría contemplativa de mirar, comprender y estar en paz, pero una paz inquietante, siempre en movimiento, buscando la Verdad cuando contemplamos este mundo que es tuyo y mío, de todos, y como el salmista dejarnos conmover el corazón y nuestros ojos, uniendo nuestra voz a quienes la guerra calla, y exclamar con ellos/as: “Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche no cesan…salgo al campo: muertos a espada, entro en la ciudad: desfallecidos de hambre; tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país…se espera la paz y no hay bienestar, al tiempo de la cura sucede la turbación” (Jr 14, 17-21). Nos urge esa sabiduría de estar junto a quienes viven en carne propia el fraude ante el robo de unas elecciones y se encuentran de manos atadas por miedo a la represión, a la tortura, a la muerte…Estar junto a mucha gente que huye de su País buscando mejor calidad de vida, trabajo, educación, un hogar donde recostar la cabeza y descansar.
Son tantas realidades que nos inquietan y nos conmueven porque se convierten en rostros concretos que se graban en el alma: migrantes, refugiados y desplazados, víctimas de trata, el llanto de las madres al ver a sus hijos presos, muertos en la guerra, niños huérfanos y sobrevivientes traumatizados por el bombardeo, olvidando como se juega y se corre sin miedo y sin bombas; padres con sus niños muertos en sus brazos en medio de las ruinas y el bombardeo…
En una realidad tan dura no podemos ser tibios; o somos fríos y dejamos que todo pase sin afectarnos, inventándonos otras cosas para no ver la realidad, o somos calientes porque el fuego del Espíritu nos quema en lo más profundo del alma hasta exclamar junto al grito de nuestros hermanos/as: ¡Alzo mi voz a Dios clamando, alzo mi voz a Dios para que me oiga! (Sal 76). E ahí la mística y profecía de la vida consagrada, la que nos pone como centinelas y nos hace surcar los caminos de las mujeres y hombres del Alba que no se contentan con la muerte, sino que deciden ponerse en camino buscando a Quien nos da la Vida y nos sostiene la vida para dar vida en abundancia (Jn 10,10).
“Mirar, comprender y estar en paz”…No podemos hacer más, quizás nuestro mejor aporte no es maldecir de esta realidad y de los que la causan sino orar, orar, y no cansarnos de orar, que nuestra oración sea el consuelo para una madre, para las miles de familias que esperan ver regresar a los suyos; que nuestra oración sea el perdón para quienes no les importa la vida y siguen provocando la guerra, el odio, división y muerte, por quien nos roba la verdad y la libertad, el derecho a vivir con dignidad, por quien le roba a los niños la alegría de vivir y de soñar…Nuestra oración ha de ser la fuerza para los migrantes, la esperanza para las víctimas, el amor que nos hermana… nuestra oración ha de interpretar nuestra esperanza, esa esperanza profética que nos habla de un cielo nuevo y de una tierra nueva (Ap. 21, 1-4)
También nuestra oración ha de ser ese grito silencioso que llega al corazón de Dios y nos invita a ser prójimo en el camino, nos mueve para buscar las mil y una manera de hacer justicia a la realidad y decir que esta realidad sufrida no es el querer de Dios para sus hijos e hijas, y comenzar en lo pequeño, allí donde vivimos, nos movemos y existimos; comenzar a construir espacios donde se garantice la vida digna, reinventar, acoger, ayudar a que nuestros hermanos y hermanas le den sentido a su esperanza, descubran que no están solos, que Dios camina con su pueblo y nos sostiene por los caminos de Paz, esa Paz que todas/os soñamos y que nadie nos la puede quitar porque es Don de Dios para sus hijos e hijas…¡Que nuestra oración sea el sello definitivo de la Paz!