Putaendo (Chile), 28/02/2022, Hna. Licarayén Torres Muñoz.- Durante el año 2019 en Chile ocurrió un hecho histórico que, aunque muchos no lo vieron de esa forma, vino a cambiar rotundamente el camino por donde andaba nuestro país luego del regreso a la democracia. Los medios de comunicación daban cuenta de lo que estaba aconteciendo, especialmente en las grandes ciudades, pero también en todos los rincones de nuestro pueblo. El descontento social había “estallado” luego de años de injusticias, mentiras y corrupción, Chile se levantó para gritar fuerte que la vida no podía seguir de la misma manera.
Son muchas las demandas que se oyeron por esos días, los carteles que llenaban las calles fueron y son la fotografía de una realidad que, aunque opaca para los poderosos, era la más concreta y dura para la gran mayoría de los chilenos y chilenas. El 18 de octubre estalló la bomba que se construyó durante décadas con cada lágrima que derramaron, especialmente, los más pobres de nuestra tierra, el 18 de octubre se comenzó a escribir una nueva historia y la esperanza recobró el lugar que le habían arrebatado.
Ante esta convulsión de acontecimientos, la Iglesia Católica chilena, no se quedó impávida, y aunque desde su jerarquía no recibió respuestas, los creyentes que se juegan la vida por Evangelio en los lugares que mucho saben de pobreza, vulnerabilidad e injusticia, se comenzaron a organizar. Era evidente que la Palabra de Dios es respuesta para las búsquedas de paz y justicia en un Chile que gritó fuerte y claro.
Así se creó la Coordinadora Paz de Justicia, una coordinadora autoconvocada e inspirada en las palabras del Profeta Isaías “La paz será fruto de la justicia” (Isaías 32, 17), comenzó a caminar acompañando las movilizaciones, denuncias y búsquedas del pueblo que comenzaba a despertar.
Cuando la coordinadora llevaba ya un tiempo de recorrido, comencé a participar en ella, pues en la relación con laicos, hermanos y hermanas de otras congregaciones religiosas, sacerdotes diocesanos, entre jóvenes y adultos, encontré un espacio para atravesar las fronteras que, en este minuto de la historia, Chile necesita cruzar. En la coordinadora encontré un lugar para contemplar con otros y otras la realidad que grita su urgencia entre fragilidades y sueños, un lugar para escuchar los gritos angustiados de los pobres.
Al pasar el tiempo, se comenzó a tejer un horizonte que en un comienzo no imaginábamos. Hasta ahora Chile continuaba rigiéndose por una Constitución escrita en la dictadura de Augusto Pinochet, en ella aún se siente el sesgo de un sistema que solo busca aplastar a los mas pequeños y enaltecer el poder de unos pocos. La Constitución ya estaba obsoleta y era tiempo de escribir con nueva tinta la Carta Magna de nuestro país. En esta búsqueda, todos los que participamos en la Coordinadora Paz de Justicia, tuvimos que estudiar mucho para comprender que había detrás de tantos años de injusticia. Escribir una nueva constitución, significa plasmar todo lo que hemos soñado, donde el respeto por lo humano y la tierra tiene que volver a ser esencial.
Hoy, después de tanta lucha, de tantos jóvenes que quedaron ciegos por las balas que la policía les impuso, luego de tantos jóvenes que siguen encarcelados sin pruebas ni juicio justo, Chile está comenzando a levantarse en un proceso que además es histórico. Nuestra nueva Constitución será libre y paritaria, donde la diversidad de nuestros pueblos originarios está representada y donde seremos todos los ciudadanos los que digamos SI o NO al trabajo que se vaya realizando, a través de un plebiscito.
Ahora más que nunca es tarea de la Iglesia acompañar los caminos que nuestro país decida tomar. Así como Marie Poussepin, debemos trascender todas nuestras fronteras y hacer presencia donde la vida grita. Con otros, como la Coordinadora Paz de Justicia, debemos seguir haciendo camino, promoviendo el diálogo, valor que llevamos en nuestra sangre dominicana. Hoy más que nunca Chile necesita cristianos y cristianas consecuentes en su misión, que promovamos los espacios de búsqueda y discernimiento, para que nuestra participación en el acontecer social y político esté arraigada en los verdaderos valores del Evangelio y no en ideas caducas de estructuras que ya no son significativas para nuestros hermanos. La sinodalidad no es solo un ejercicio de puertas adentro, hoy nuestro país nos enseña que es un proceso que demos vivir en la calle, en conversación contante con las periferias que ya no son tan lejanas.
Ser parte de esta coordinadora es un impulso para recordar que el carisma de Marie Poussepin es un constante movimiento entre Dourdan y Sainville, que, solo moviéndonos, para contemplar mejor nuestro mundo, será posible vivir en el ejercicio de la Caridad.