París (Francia), artículo publicado en la revista Études 2024/6 (Juin), pages 79 à 89 Éditions S.E.R., Sor Anne Lécu.- Además de las oraciones para obtener la curación, en los últimos años se ha producido un auge de las llamadas oraciones de «liberación» y el intento de justificarlas desarrollando un nuevo concepto, el de «vínculo», que no sería ni un vicio ni un error. Originadas en la Renovación Carismática y sobre todo en el mundo pentecostal, estas oraciones se han ido incorporando poco a poco a la práctica de muchas nuevas comunidades y mucho más allá. No obstante, plantean una serie de interrogantes, de los cuales, este este artículo pretende elaborar un inventario no exhaustivo.
Es innegable que algunos de nuestros contemporáneos, al no saber ya a qué santo dirigirse, consultan a un gran número de terapeutas no convencionales, terapeutas, magnetistas y curanderos, en un intento de resolver problemas físicos, psicológicos o existenciales. Algunas de estas prácticas pseudo-terapéuticas ponen en peligro la vida de las personas, llegando incluso a hacerles abandonar sus tratamientos y ejercer formas de control sobre ellas. Podemos adoptar fácilmente el término «derapeutas»[1]. En este contexto surgen cuestiones relacionadas con las peticiones de liberación, curación,[2] o incluso de exorcismo.
Ante esta situación, ¿qué podemos ofrecer a las personas que sufren? ¿convencidas de que se les «impide», se les «obliga», de un modo u otro, a vivir su vida cotidiana? Ciertamente que hay tomarse en serio la confusión de aquellos que vienen a pedir ayuda a la Iglesia, en nombre del Evangelio de Cristo que sanaba y liberaba a hombres y mujeres devolviéndolos al tejido social del que había sido alejados. El nombramiento por parte del Obispo de un exorcista, en cada diócesis (exorcista que es frecuentemente acompañado de un equipo), responde en parte a esta demanda. Por cierto, la Conferencia de Obispos de Francia (CEF) publicó en el 2017 una síntesis titulada Protectiion, délivrance, guérison[3] (PDG) [Protección, liberación, sanación] que propone formas de oración muy simple, que pueden ser organizadas en grupo, con el fin de acoger la demanda de las personas y reconfortarlas. Se trata de una pastoral amplia, accesible que orienta la mirada hacia Cristo Salvador. Esta síntesis es muy prudente en sus formulaciones para no arriesgarse a dar una influencia demoniaca a lo que en la mayoría de los casos un sufrimiento complejo, ligado a un contexto familiar, social, personal. Principalmente, se trata de ofrecer la bendición de Dios a esas personas y de acompañarlas en un proceso que puede desembocar en la intercesión en su favor, es decir en la unción de los enfermos. En ciertas situaciones, muy singulares, el recurrir al exorcista diocesano o a su equipo puede ser necesario. Este último ha recibido una misión del Obispo para hacer las oraciones de exorcismo que son realmente excepcionales.[4]
El reto de una tal pastoral no es minimizar aquello que sería la influencia diabólica, sino de permitir a las personas de no dejarse fascinar por esta influencia sino de orientar su mirada hacia Cristo muerto y resucitado, único y solo Salvador, vencedor una vez por siempre del mal y de la desgracia, como lo canta el cantico del Apocalipsis: “porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios.” (Ap.12, 10)
El auge de las oraciones de liberación
No obstante, como lo señala Jean- Baptiste Édart, promotor de las oraciones de liberación, el nombramiento de exorcistas en las diócesis es acompañado a menudo, “de otro tipo de ayuda para la multiplicación de proposiciones de oración de liberación, no solamente en el seno de las comunidades salidas de la Renovación Carismática, sino también en la pastoral ordinaria de la Iglesia en Francia.[5]” En efecto, la Renovación apoyó otra práctica, procedente del pentecostalismo, que no teme nombrar “lazos” de origen diabólico para ofrecer oraciones de «liberación» accesible para personas que no son los exorcistas oficiales de las diócesis. El objetivo de estas oraciones de liberación es responder a la pregunta: «¿Por qué seguimos cayendo en los mismos errores, los mismos huecos, los mismos pecados? Y a responder al enigma insuperable formulado por San Pablo en la epístola a los Romanos: «Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. » (Romanos 7:18 - 19). Uno de los principales practicantes es Neal Lozano, autor del bestseller Délié, Guide pratique de délivrance [Desvinculado, Guía práctica de liberación], en el que expone un «modelo» seguido de cerca por muchos en la Iglesia[6]. Uno de los teóricos de estas oraciones es Jean-Baptiste Golfier, canónigo de Lagrasse y autor de un grueso volumen: Tactiques du diable et délivrances, Dieu fait-il concourir les démons au salut des hommes ?[7] [Tácticas del diablo y liberaciones. ¿Hace Dios que los demonios colaboren para la salvación de los hombres?]. Pero es especialmente en el texto de la comisión doctrinal de la Renovación Carismática Católica (RCCC)[8] en donde encontramos el sustrato doctrinal de estas formas de hacer las cosas[9] : Habría «puertas de entrada» al demonio que la oración de liberación puede «cerrar».
"Un vínculo espiritual está muy cerca de lo que la teología moral tradicional llama «vicio», un hábito de pecado creado por la repetición de un pecado concreto. Resulta extremadamente difícil resistirse a esta fuerte tendencia, como si el lado de la voluntad dividida que empuja a pecar fuera tan fuerte que el otro lado no pudiera decir nada» (ICCRS, p. 63). En otras palabras, cuando el pecado es un acto libre, el vínculo sería una dificultad interior, una especie de bloqueo que se presenta en forma de una estructura de pensamiento, emoción o comportamiento que parece dominarnos, poniendo en tela de juicio la tradicional distinción moral católica entre actos voluntarios e involuntarios. "En el pecado, el efecto del diablo y de los demonios, cuando los hay, permanece externo [a la voluntad...]. En el caso del vínculo, el dominio de las fuerzas del mal es más profundo: afecta a la voluntad misma y es interna a ella", explica Étienne Vetö[10]. En cierto modo les damos acceso a nuestra voluntad.
La Comisión Doctrinal de ICCRS explica: «En primer lugar hay un traumatismo, una herida, un trastorno psicológico, que abre una puerta o da un asidero al espíritu maligno (cf. Efesios 4:27).
Luego está el consentimiento de la persona, que abrirá la puerta o permite la infiltración. Consentimiento significa que la persona ha consentido, a cualquier nivel, la influencia demoníaca, aunque no sea conscientemente» (p. 67). Esta forma de dar cabida al diablo» se describe como una “puerta de entrada”: “Las puertas que se le han sido abiertas al diablo suelen estar relacionadas con las heridas sufridas por la persona al principio de la vida. En respuesta a acontecimientos dolorosos, la persona interioriza mentiras que proceden del demonio, el padre de la mentira.” (p. 107). Hay tres tipos de puerta de entrada: las heridas y traumas de los primeros años de vida, los pecados repetidos y las prácticas ocultas. "Las heridas abren el camino al vínculo espiritual, pero el vínculo mantiene la herida abierta y no permite que se cure. [...] Liberación, curación y arrepentimiento no pueden separarse, teniendo en cuenta que sería inútil de renunciar a un espíritu maligno y expulsarlo si la puerta de entrada sigue abierta”. (p. 70). Neal Lozano, en Délié, escribe más o menos lo mismo. Según él, el punto de entrada más obvio para los demonios “es nuestra respuesta al trauma, al abuso por parte de familiares o amigos. Cuando alguien ha sido traumatizado herido, él o ella busca una salida, una manera de protegerse a sí mismos para estar a salvo. Ya sea por la negación, el miedo, el odio, la vergüenza o una combinación de otras respuestas, los espíritus malignos quieren explotarnos a través de estas respuestas, para ejercer su influencia sobre nosotros y mantenernos cautivos.[11]”
Al igual que Neal Lozano, la Comisión doctrinal de ICCRS no duda en referirse a los trastornos psicológicos como posibles «puertas de entrada»: «Las enfermedades mentales pueden abrir una brecha para la demonización, mientras que los espíritus malignos pueden reforzar la angustia emocional pensamientos obsesivos o patrones de comportamiento"(p. 71), precisando al mismo tiempo que, en su sabiduría, la Iglesia distingue entre aflicción por espíritus malignos y enfermedad mental : «La finalidad del exorcismo es expulsar demonios o liberar a las personas de las garras de los demonios, utilizando la autoridad espiritual que Jesús confió a su Iglesia. El caso de las enfermedades, especialmente las mentales, cuyo tratamiento compete a la ciencia médica» (Catecismo de la Iglesia Católica, § 1673).
Esto es precisamente lo que no hacen ni Étienne Vetö, ni Neal Lozano, ni la Comisión Doctrinal del ICCRS, aunque citan el Código de Derecho Canónico, que afortunadamente es más preciso:
"1. Nadie puede legítimamente pronunciar exorcismos sobre los poseídos, a no ser que haya obtenido un permiso especial y expreso del Ordinario del lugar. 2. Este permiso sólo será concedido por el Ordinario del lugar sólo a un sacerdote piadoso, ilustrado, prudente y de vida
integra» (can. 1172, §§ 1-2)[12].
Una puerta abierta a la dominación
Estas prácticas corren el riesgo de crear una continuidad muy problemática entre enfermedad y posesión, que puede llevar a un fuerte dominio. Jean-Baptiste Golfier escribe: «Los exorcistas y los psiquiatras católicos se han dado cuenta de que el diablo a veces se esconde detrás de verdaderas patologías psicológicas, que él ha producido o que explota de forma oportunista: pensamos que estamos ante un paciente estándar cuando en realidad estamos ante un ataque demoníaco[13].”
Según los teóricos de la oración de liberación, el «vínculo» implica el consentimiento de la persona atada, aunque sólo sea mínimamente. Pero esto plantea la cuestión del vínculo espiritual de los niños antes de la edad de la razón. La Comisión Doctrinal de ICCRS, en la que participó Étienne Vetö[14], escribe: «Todo vínculo espiritual implica siempre un elemento de responsabilidad personal, un acto de consentimiento suficiente para dar a los espíritus malignos el derecho de influir en nuestra voluntad. El caso de niños que parecen haber contraído un vínculo espiritual antes de la edad de la razón, es decir, antes de que puedan ejercer plenamente su libre albedrío, proviene de la profunda influencia que los padres u otros adultos ejercen sobre los niños que les han sido confiados. La Escritura habla de que Dios castiga los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera o cuarta generación (Éxodo 20, 5). Esta influencia intergeneracional no debe entenderse como una culpa que los padres han transmitido a los hijos, sino como las consecuencias de sus pecados, incluida cualquier conexión espiritual» (p. 75).
Hay que ser totalmente sinceros: el lector se queda sin palabras. ¿Cómo es posible escribir y pensar que, por un lado, el vínculo espiritual implicaría consentimiento cuando, por otro lado, no lo es? Vínculo espiritual implica consentimiento, mientras que, por otro lado, ¿un niño antes de la edad de la razón podría entrar en tal vínculo? Ahora bien, ante el ciego de nacimiento, Jesús aclara que «ni él ni sus padres han pecado». (Juan 9,3). Rechaza la transmisión de una falta o de un vínculo de una generación a otra. Hay que leer estos textos para ver hasta qué punto divergen del contenido de la fe. Este último pasaje es una puerta directa a las oraciones de sanación del árbol genealógico, aunque estén formalmente prohibidas por la Iglesia[15].
En cuanto a Jean-Baptiste Édart, intenta analizar la «naturaleza de la influencia maligna» inducida por los vínculos espirituales y escribe, inspirándose en Jean-Baptiste Golfier: «En el plano físico, el demonio actuará sobre hombre a través de su cuerpo provocando el desplazamiento de las partículas químicas que regulan el funcionamiento interno. Por tanto, podrá actuar directamente sobre la psicología inscrita en los intercambios químicos de nuestro cerebro. Tiene, por tanto, plena latitud para provocar diversos estados de ánimo, activar (o desactivar) la memoria y causar todos los trastornos imaginables gracias a su acción sobre los os diversos sistemas que regulan el funcionamiento de nuestro organismo (hormonas, neurotransmisores, etc.)[16].
Después de la confusión psicoespiritual, aquí estamos en una forma de colusión espiritual-física, que se asemeja al naturalismo cientificista de los frenólogos del siglo XIX, que predecían el comportamiento del cuerpo humano, basándose en la palpación de la forma de su cráneo. Así determinaban quién era propenso a convertirse en un ladrón o en delincuente[17]. El naturalismo cientificista confunde el orden de la naturaleza y el orden de la libertad, postulando una relación de causa- efecto entre una lesión orgánica y un trastorno de la conducta. En este caso, Jean-Baptiste Édart postula un vínculo de causa – efecto entre un vínculo espiritual y una lesión orgánica, haciendo de la demonología una especie de ciencia de la naturaleza, que olvida por completo el plano ético, el de la libertad de conciencia y su propia autonomía. Los frenólogos del siglo XIX confundieron los dos niveles, Jean-Baptiste Édart hace lo mismo.
No podemos hacer un cortocircuito en la historia y considerar los exorcismos realizados por Jesús en los Evangelios sin tener en cuenta los datos psiquiátricos contemporáneos. No se trata en absoluto de negar cualquier influencia del Maligno, sino de situarlo en el lugar que le corresponde. La enfermedad puede ponernos en un estado de vulnerabilidad en el que tenemos menos fuerzas para luchar contra nuestras tendencias pecaminosas. En eso consiste el sacramento de los enfermos: en pedir ayuda a Dios. Pero no olvidemos que el trabajo de los cuidadores es también un don de Dios. Por otra parte, cuando una persona se convence, porque
porque ha sido persuadida, de que sus problemas (psicológicos o incluso somáticos) se deben a influencias del Maligno, ¡puede quedar verdaderamente traumatizada! Pueden sentirse víctimas de influencias que escapan a su control y esto puede ser muy angustiante, incluso traumático. CardenalLéon-Joseph Suenens, uno de los impulsores del crecimiento de la Renovación Carismática, difícilmente se puede sospechar de su mala intención en relación a este movimiento, era muy consciente de ello cuando escribió: “Siempre es grave poner a alguien en complejo de inferioridad de cara a sí mismo[18].”
Una fascinación por el mal
En primer lugar, hay que llamar a las cosas por su nombre: la oración de liberación es una forma de exorcismo. El cardenal Suenens lo dice claramente. En el cuarto Documento de Malinas [Document de Malines], advierte contra las oraciones de liberación, un «término suavizado que, en realidad, se refiere a un acto de exorcismo[19].” William Storey, uno de los fundadores de la Renovación en Estados Unidos, (la abandonó muy joven ante los excesos que veía instalarse en la Renovación) escribió en 1975: «Lo que la Renovación Carismática realiza está mucho más cerca de lo que estrictamente llamaríamos propiamente exorcismo. [...] Creo que se practica con demasiada libertad, a una escala excesivamente amplia y de una manera demasiada ambigua. Y se practica bajo los auspicios de una literatura que, en mi opinión, es histérica, por un lado, y completamente ajena a la tradición católica, por otro[20]. ¿Hemos tomado suficientemente en serio la influencia del neopentecostalismo en este tipo de oraciones[21]?
No debemos confundir la concupiscencia, que en cierto modo caracteriza la vulnerabilidad de la voluntad humana, en palabras de Pablo citadas antes (Romanos 7,15), con una influencia directa del diablo. Si el vínculo se debe a la influencia de un espíritu maligno, y yo consiento en ello casi a pesar mío, ¿no es éste el sentido mismo del pecado que se perturba? “Este pecado ya no será mi pecado, sino la obra de otro en mí, de la que tendré que liberarme mediante una intervención singular que no requiere ni esfuerzo ni resolución firme, sino sólo la disponibilidad a una acción de naturaleza mágica[22]. No estamos lejos del pensamiento mágico. Además, los promotores de este tipo de oración no dudan en afirmar que «funciona», sin cuestionar en absoluto la realidad de la relación causa-efecto entre que las personas se sientan mejor y la realidad de la expulsión de un espíritu maligno[23].
Pero, más fundamentalmente, ¿qué queda de la responsabilidad del hombre? ¿No es demasiado fácil señalar causas ajenas a nosotros mismos para evitar enfrentarnos a nuestra propia libertad? Hay confusión entre el mal sufrido y el mal cometido, entre lo voluntario y lo involuntario. ¿Qué es el consentimiento a una relación que no es voluntaria? ¿Qué lugar debe darse a la gravedad objetiva de un acto de pecado y al conocimiento de éste por parte del sujeto? ¿Qué sentido queda a la ascesis y al paciente esfuerzo de conversión interior? ¿Cuál es el lugar de la verdad?
¿Cuál es el lugar del combate espiritual? En la teología católica, la naturaleza humana no está intrínsecamente viciada o herida y, como nos recordaba Santo Tomás de Aquino, la gracia no destruye la naturaleza, sino que la completa y la perfecciona. Las oraciones de liberación parecen sugerir que la ira y el miedo podrían ser puntos de entrada para el demonio.
Al final, sólo nos moverían dos principios: los pensamientos de Dios o pensamientos del Maligno. Pero esto es olvidar la sabiduría de los Padres del Desierto y de toda la Tradición de la Iglesia, que los pensamientos pueden ser buenos, malos o neutros. La ira ante la injusticia no es un pensamiento malo siempre que no degenere en un acto de venganza. Las emociones humanas
no son emociones malas. En nuestras vidas está la marca de la finitud, lo que Isabelle Le Bourgeois llama lo «irreparable», con lo que tenemos que vivir, una especie de cicatriz que nos recuerda el tormento de vivir, pero que no debe confundirse con ninguna falta o vínculo. La madurez humana crece cuando, poco a poco, una persona aprende a «vivir con lo irreparable[24]». Por último, no lo olvidemos: ¡el pensamiento crítico es ¡un don de Dios!
Una cosa está clara: la oración de liberación por excelencia es el final del Padre Nuestro («Líbranos del mal»). Es accesible a todos y para todos. A todos los cristianos nos corresponde darle toda su fuerza. Conviene también, recordar el papel del sacramento de la reconciliación, que produce la conversión del pecador y la liberación interior.
En cuanto a las peticiones más concretas de las personas que se sienten prisioneras de lazos o que buscan la protección de Dios, la primera respuesta es escuchar atentamente y ofrecerles la bendición de Dios. Una hermosa bendición nos ayuda a comprender que el amor del Señor es primordial, que nos acompaña en todas nuestras pruebas, misteriosamente. Es cuestión de orientar la mirada hacia Cristo. Y si parece necesario, la colecta Protección, liberación, curación ofrece un marco para celebraciones eclesiales, bien pertinentes y sobrias, como la Iglesia católica siempre lo ha sido en este ámbito.
Por último, cuando llegamos a pensar que los problemas de una persona son responsabilidad del exorcista, hay que insistir mucho en que este ámbito está bajo la autoridad exclusiva del obispo y de su exorcista delegado.
El síndrome de Jezabel
Al principio del libro del Apocalipsis, se envían siete cartas a siete iglesias y cada uno, según su edad o circunstancia, puede recibir una de ellas para sí mismo o para su comunidad. En la cuarta carta, la del medio, escrita a la Iglesia de Tiatira (Ap 2, 18-29), la comunidad parece tener muchas cualidades. Practica el amor y la fe, y muestra dedicación y constancia. Y sus obras «se multiplican». Pero en medio de todo, hay una mujer que se hace llamar «profetisa»: Jezabel, que parece fascinada por el misterio del Mal.
Jezabel «extravía», «seduce» (planaô) a los siervos de Dios incitándolos a la idolatría. La cuestión central de esta carta es la del Espíritu. En esta Iglesia, un espíritu distinto al de Cristo, un espíritu de conocimiento un espíritu y poder que se disfraza de Cristo, lo remeda o lo imita. Este es, en efecto, uno de los recursos de toda forma de abuso: aunque puede no parecer en absoluto abusiva desde el exterior, la seducción engaña fundamentalmente a la persona atrapada en sus redes. En la Iglesia de Tiatira, la «multiplicación» de las buenas obras puede enmascarar la influencia de Jezabel. El peligro sería soportarla, tolerarla. Pero esta influencia es venenosa: Jezabel está fascinada por una doctrina que pretende «conocer las profundidades de Satanás».
Podemos ver en esta fascinación algo de las corrientes gnósticas que pretenden «explicar» el mal inexplicable, pero también aquellas corrientes de nuestra Iglesia que -al tiempo que pretenden combatirlo- coquetean con el esoterismo dedicándose a técnicas de «liberación» o de «protección» contra las fuerzas del mal, llegando incluso a designar a las personas como «poseídas» o «atadas».
Pero el texto del Apocalipsis insiste en que no hay ningún conocimiento especial requerido por Cristo, salvo el de su palabra: «No os impongo ninguna otra carga". Recordemos siempre que Jesús nunca llamó poseído a nadie. Son otros los que lo dicen. En cambio, algunos religiosos no dudan en decir de Juan el Bautista que «tiene un demonio». (Mateo 11,18) o de Jesús que es por medio de Beelzebul, el príncipe de los demonios, que expulsa a los demonios (Mateo 12, 24). El mal puede fascinarnos, pero es inútil buscar explicaciones a su misterio. Siempre tropezaremos con este enigma al que Jesús no dio otra respuesta que, compartiendo la desgracia humana, el sufrimiento del mal, su degradación y su humillación. Esta amenaza toma nuevos colores según los tiempos y los momentos. De ahí la importancia de esta recomendación, que se repite como un estribillo: «El que tenga oído, que oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.”