Lectio Divina: Domingo de Pentecostés. Ciclo A

on 29 May, 2020
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Bogotá (Colombia), Hna. Ana Francisca Vergara, 31/05/2020.- El don del atardecer del primer día, del miedo a la alegría.

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EVANGELIO 

Jn 20,19-23

19Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: —La paz esté con ustedes.20 Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. 21 Jesús repitió: —La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: —Reciban el Espíritu Santo.23 A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos. 

ESTUDIO DEL TEXTO 

(v.19) Este versículo contrasta con el que da inicio al capítulo (20,1) en el que se evidencia a María Magdalena que, en el amanecer de este mismo día, sale de su recinto para ir sin miedo al sepulcro. Los hombres, por el contrario, temerosos, se encierran en su refugio. Al parecer el evangelista desea hacer que se opongan dos situaciones: el temor que invade a la comunidad y la paz que será el don del resucitado. Sin duda, la escena se desarrolla en Jerusalén; el grupo está conformado por los discípulos que, en el lenguaje joánico, describe no solo a los cercanos de Jesús durante su existencia, sino que, también acoge a los que se adherirán en el futuro. Las puertas bien cerradas, manifiestan que Jesús se hace presente entre los creyentes a pesar de sus límites humanos que los encierran y atemorizan.

El saludo del resucitado, sus primeras palabras a los discípulos, son una invitación para hacer memoria de lo que ya había anunciado en su discurso de despedida. Los seguidores de Jesús son invitados a recibir el don de la paz (cf. Jn 14,27-28).

(v. 20) Como para indicar que él no es un fantasma, Jesús invita a los presentes a observar sus manos y el costado. Ellos están convidados a constatar que efectivamente el resucitado viene en carne y hueso en medio de ellos. En este punto se puede confrontar con el texto de Lc 24,37-39.

El contemplar y tocar las manos, el costado y los pies, es testimoniar que el resucitado es el mismo crucificado; la alegría de los discípulos expresa su fe pronta y alegre. El autor del relato subraya el verbo ver, propio del cuarto evangelio. De esta manera se cumple lo anunciado por el maestro en 14,19. Ahora los discípulos pueden confirmar lo dicho por María Magdalena, ellos han hecho su propia experiencia.

(v. 21) El don de la paz es ofrecido de nuevo por Jesús para reafirmar que un tiempo nuevo inicia. Ahora es el tiempo de los discípulos; así como el Padre lo envió, ahora él envía. El como colocado en boca del resucitado es más que un comparativo que haría suponer que, así como el padre realiza un acto con Jesús, de igual modo él lo cumple con sus discípulos. Este como indica ante todo la prolongación en la misión de Jesús, es decir que los discípulos son continuadores de la tarea del Hijo que le viene del Padre.

(v.22) Al igual que al inicio de la historia de salvación, Jesús sopla sobre sus discípulos para animarlos con un aliento vital. Los cristianos somos una nueva creación, animados por la acción del Espíritu en nuestro interior. El verbo que emplea el cuarto evangelista es idéntico al utilizado por Gn 2,7 y Sab 15,11, como queriendo indicar que Jesús, al igual que el Padre, da la vida y nos permite participar de la existencia divina. El soplo de Jesús es la manifestación de la vida eterna en nosotros. El envío dado en el versículo anterior va intrínsecamente unido al envío del Espíritu Santo en los discípulos. Recordemos que el cuarto evangelio insiste en la unidad entre la resurrección y el don del Espíritu; es impensable la separación de los dos tiempos, el de Cristo y el del Espíritu. Todos los que creemos en Cristo, los que profesamos su pasión, muerte y resurrección, recibimos el Espíritu que nos da la capacidad de formar comunidad y anunciar el Reino.

(v.23) Vale la pena decir que el evangelio según san Juan no ha hablado de perdón de pecados hasta este momento. En este punto podemos ver una unidad con el evangelio según Mateo cuando habla del poder dado a los apóstoles para “atar y desatar” (Mt 18,18). Este merismo, que engloba todo lo posible entre dos palabras contrarias, indicaba en el judaísmo rabínico la autoridad para enseñar y para gobernar la comunidad. Esta autoridad es otorgada a todos los discípulos. Podríamos decir que hoy nosotras, como comunidad creyente tenemos, también, una responsabilidad para dirigir y enseñar. Autoridad que viene directamente otorgada por Jesús.  

MEDITACIÓN 

Muchos son los miedos por los que, nuestros hermanos y nosotras, hemos pasado en los últimos meses, ellos nos han encerrado en nuestras casas y nos han limitado a nivel de las relaciones. Tenemos miedo a la muerte y a la pérdida de seres queridos. Hoy el Señor se hace presente en medio de nuestra comunidad, es decir, está en el lugar sagrado por excelencia; él se hace visible entre quienes nos reunimos en su nombre del mismo modo como en el AT el arca de la alianza ocupaba el lugar central cuando el pueblo de Israel acampaba en el desierto (cf. el libro de los Números). En el grupo de los discípulos, en Jn 20,19-23, no se puede describir concretamente quienes estaban reunidos allí, no sabemos cuántos eran ni conocemos sus nombres; esta falta de indicaciones permite que el texto pueda ser aplicado a todos los seguidores de Jesucristo sin fijar un espacio o una época y que hoy podamos aplicarlo a nuestros contextos. 

Hoy, más que nunca, somos enviadas, como los apóstoles, para anunciar la paz de Jesucristo al mundo, una paz que nos de esperanza y seguridad; una paz que nos anima a continuar a pesar de todo y que nos reconcilie con nosotras mismas y con los otros. Somos enviadas para dar a conocer el nombre del Padre y manifestar su amor.  Hoy debemos hacer realidad que como seguidoras de Jesús somos sus continuadoras capaces de hacer obras grandes como lo expresa Jesús en el evangelio de Juan: “Les aseguro: quien cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12).

No debemos imaginar que el ofrecimiento del Espíritu sea una gracia especial solo para algunos, se trata más bien de un don que se ofrece a todos los creyentes (cf. 1Jn 4,13-14). El Espíritu Santo está y vive en la comunidad, por ello, somos receptoras y a la vez dadoras de él y de su acción; de aquí que el Resucitado ejerza el perdón a través de sus discípulos, los de ayer y los de hoy, es decir de aquellos que creen en su palabra y su filiación divina. La comunidad tiene en ella, gracias al don del Espíritu que el Señor nos ofrece, el poder de acoger y de perdonar; aprovechemos este gran regalo, recibámoslo y hagámoslo vida entre nosotras y con quienes nos rodean.

ORACIÓN 

Oh, Padre de bondad, te agradecemos el gran don de tu Espíritu, que desciende sobre nosotros por el soplo de tu Hijo amado, para fortalecernos en los momentos en que más lo necesitamos. Ayúdanos, con tu poder, a abrir las puertas que el miedo nos hace cerrar reciamente y así, con el impulso de tu Espíritu, podamos ser mensajeros del evangelio, hasta los confines del mundo. Te lo pedimos por tu hijo Jesucristo que vive y reina por los siglos de los siglos. Amen.  

CONTEMPLACIÓN 

Señor, en este momento de turbulencia, de temores y de puertas cerradas, necesitamos respirarte, oxigenarnos con tu aire para estar dispuestas al encuentro con nuestros hermanos.

Que el ser consciente de mi respiración me permita al inhalar abrirme para que Dios entre en mí y me regenere; y al exhalar permita que aquello que no es oxígeno divino salga de mí.