Bogotá (Colombia), Hna. Mary Plata Cordero, 11 de abril 2021.- La alegría de la fe en la comunidad pascual.
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EVANGELIO
Jn 20, 19 - 31
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: - Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: - Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
QUÉ ME DICE EL TEXTO
La Pascua es un tiempo para profundizar en el don maravilloso de la Resurrección de Jesús. En este 2° domingo, la Iglesia nos hace reflexionar sobre el regalo que Jesús nos viene a traer: la paz.
La experiencia del Resucitado tiene lugar en el seno de la comunidad. Esta es la primera vez que se manifiesta como Señor Resucitado a sus discípulos. Se inicia entonces, en medio de ellos, el camino de la fe pascual.
En este encuentro se dan dos momentos: Jesús se revela en cuanto Señor resucitado y les comparte su propia misión, su vida y su poder para perdonar pecados. La reacción de los discípulos no se hace esperar: “se alegraron de ver al Señor”. La presencia de Jesús resucitado suscita paz y alegría, estos son los dos grandes dones del Resucitado
MEDITACIÓN
El estado inicial en que se encuentra la comunidad era de miedo, “tenían las puertas cerradas”, todavía tienen el miedo del sepulcro y están en el sepulcro del miedo y no participan de su vida resucitada. Llega Jesús y con su Palabra devuelve la confianza: “les traigo la paz”. Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz, ningún reproche o queja por haberlo abandonado, sólo paz y alegría. Y la paz de Jesús es plenitud de vida, serenidad, amor. El primer regalo de una vida pascual es siempre la paz que destierra los miedos, que abre al diálogo y al testimonio, porque proviene de una fuerza que nos transforma, la fuerza del Espíritu, ¡del Resucitado! Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
En el día del Señor, también nuestra comunidad reunida recibe el don del Espíritu, el aliento de Jesús resucitado, que renueva nuestra vida y nos da alegría y paz.
Tomás, no estaba con ellos, con su comunidad, el día de la Pascua y quiere “ver al Señor”. Igual que Tomás, ninguno de nosotros estaba presente en la manifestación del Resucitado, pero también hoy, frente a nuestras dudas, la Palabra de Jesús nos dice: “No seas incrédulo sino creyente”. Y en comunidad se nos da la ocasión para proclamar, en un acto de fe, la mayor confesión que un discípulo puede hacer del Resucitado: “¡Señor mío y Dios mío!”. Es una fe personal pero también comunitaria: después de la Pascua, la comunidad vuelve a su actividad diaria, a dar testimonio de una vida fraterna, expresada en la solidaridad, en la oración, la alabanza, la Eucaristía y el testimonio de una alegría y un gozo permanentes, capaces de conquistar a otros para el Señor. Así nos lo describe la primera lectura de hoy: “Con gran fuerza los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor y todos gozaban de gran simpatía.”
Una verdadera experiencia pascual nos hace nacer de nuevo; como los discípulos, sentimos su aliento creador y nuestra vida se transforma, impulsadas por su Espíritu.
Al celebrar el 325 aniversario de la fundación de nuestra Congregación, necesitamos experimentar en nuestras comunidades un renacer a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotras. Así como Él es el centro de la Iglesia, Él ha de ocupar el centro de nuestras comunidades, de nuestros grupos apostólicos. Sólo Él puede impulsar la comunión y renovar nuestros corazones.
Es Jesús quien puede desencadenar el cambio en nuestras perspectivas apostólicas, la liberación del miedo y de los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y así Jesús resucitado se haga presente y seamos capaces de compartir el Evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Que pasemos…
- Del miedo a la alegría…
- Del oír al experimentar…
- Del ver al creer…
- Del recibir al dar…
- Del creer al testimoniar…
- Del egoísmo al compromiso y a la generosidad...
Este es el crecimiento que la meditación de estas apariciones de Jesús resucitado nos permite alcanzar.
ORACIÓN
“Señor, te espero al atardecer, al final de mis jornadas, en el silencio de la tarde que cae. No importa que mis puertas estén cerradas. Tú, ¡entra! Preséntate ante mí, déjame ver tu rostro radiante y regálame, como aquel día a tus discípulos, el don precioso de la paz. Yo también, como ellos, quiero ver tus manos y tu costado. Quiero ver tu amor hecho manos y corazón traspasados por mí.
Jesús: dentro de mí encuentro mucho del Tomás desconfiado y necesitado de tu presencia. Mi débil fe es también fatiga diaria por llegar a Ti, por estar contigo, por sentir tu presencia en mí.
Señor, necesito tu amor, tu cercanía que comprende mi debilidad. Necesito que, al roce de mi mano con tu mano y tu costado, me venza tu amor y me arroje con infinita ternura en tus brazos. confesando que soy tuya y que Tú eres mío: Señor mío y Dios mío”. Amén
CONTEMPLACIÓN
Señor, danos FE, aunque solo sea como un granito de mostaza, para que seamos testigos de tu Espíritu en esta sociedad en que vivimos.
- Agradezcamos al Señor la Fe recibida en el Bautismo. Sintámonos “bienaventuradas por haber creído”.
- Repitamos con frecuencia durante la semana: Señor, aumenta mi fe, auméntanos la fe.
- Presenta al Señor a personas concretas que te parezca que necesitan fortalecer su fe. Pide por ellas.
- Esfuérzate por trasmitir a las personas de tu entorno la paz y la alegría de la Resurrección.
CONCLUYAMOS NUESTRO ACERCAMIENTO A LA PALABRA pidiendo a nuestra Madre Fundadora que nos haga…
Inquebrantables en la Fe, firmes en la esperanza y generosas en la caridad.