Santiago (Chile), Hna. Carmen Rosa Murcia Gualteros, 1 de mayo 2021.- Desde nuestra experiencia personal o comunitaria invocamos a la Ruah o escuchar este canto: Ven Espíritu Santo-Cristóbal Fones, SJ. (https://www.youtube.com/watch?v=g60DRWPqCv8)
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EVANGELIO
Hacemos la lectura del evangelio en forma pausada que nos permita entrar con familiaridad en el texto: Jn 21, 1-19.
Después de esto, nuevamente se apareció Jesús a sus discípulos en la orilla del lago de Tiberíades. Y se hizo presente como sigue: Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el mellizo, Natanael, de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar.” Contestaron: “Vamos también nosotros contigo.” "Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera." “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.» Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.» Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.»" "Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme»".
PROFUNDIZACIÓN DEL TEXTO
Atisbos históricos
El evangelio de San Juan, escrito después de décadas de experiencia cristiana, ilumina la persona de Jesús y su actuación con una profundidad nunca antes desarrollada por ningún evangelista. Nos presenta los dichos y hechos de Jesús a la luz de la Resurrección.
Los discípulos fueron descubriendo de a poco el sentido de todo lo que vivieron a su lado, cuando Jesús resucitó de entre los muertos (2, 22), iluminados por el Espíritu Santo enviado por el Padre (14, 26), que da testimonio fiel de Jesús.
El texto que meditamos en este tercer domingo de pascua es una parte del epílogo del evangelio redactado después de la muerte del discípulo amado. Narra el tercer encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Esta descrito con clara intención catequética, para reavivar la fe de los cristianos que viven momentos difíciles de prueba y persecución arrastrando a algunos a renegar de la fe que han recibido.
Son varios los ángulos desde donde podemos abordar la reflexión que nos entrega la riqueza de este texto:
- Sin “Jesús”, nada es posible. “aquella noche no pescaron nada” 21,3b
- La orilla. “Jesús estaba en la playa”. 21, 4
- Alguien los espera. “Venid a comer” 21,5
- Cualquiera no sirve. “¿Me amas?… ¿Me amas?... ¿Me amas?” 21, 15-17
- Vivir enamorado. “Simón, hijo de Juan, ¿Me quieres, más que estos?” Experiencia de Dios. “Tú sabes que te quiero”.
LUCES PARA LA MEDITACIÓN
Noche- Amanecer
Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar, no están los Doce; el grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús, todo ha terminado; de nuevo están solos, la pesca es un fracaso completo, vuelven con las redes vacías.
En este contexto de fracaso, de oscuridad, el relato dice que estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la “orilla", pero los discípulos no lo reconocen desde la barca.
La “noche” que es el simbolismo central de la pesca en medio de mar, y de la realidad que estamos atravesando hoy en nuestro planeta tierra, significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.
En nuestro camino con Jesús hoy, vemos como la situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas; siempre los mismos y los mismos para todo.
¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?
Lo más importante no es "hacer muchas cosas", sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos. No podemos quedarnos en la "epidermis de la fe", son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Es en esta realidad de oscuridad, de abandono, de sentir que todo se acabó, en que Jesús, confirma a Pedro en su fe.
¿Me amas?
Son varias las ocasiones en que Pedro ha manifestado su adhesión absoluta a Jesús por encima de los demás. Pero en el momento de la verdad es el primero en negarlo. Antes de confiarle sus ovejas, Jesús le hace la pregunta fundamental: ¿Me amas más que estos? No le pregunta: ¿Te sientes con fuerzas?, ¿conoces bien mi doctrina?, ¿te ves capacitado para gobernar a los míos? No. Es el amor a Jesús lo que capacita para gobernar, orientar y animar a sus seguidores, como lo hacía El. Pedro le responde con humildad: Tú sabes que te quiero. Pero Jesús le repite dos veces más la pregunta, de manera cada vez más incisiva: ¿Me amas?, ¿Me quieres de verdad?
La inseguridad de Pedro va creciendo. Cada vez se atreve menos a proclamar su adhesión. Al final se llena de tristeza. Ya no sabe qué responder. “Tú lo sabes todo”. Es a medida que Pedro va tomando conciencia de la importancia del amor, que Jesús le va confiando sus ovejas.
Esta pregunta que el resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de verdadero amor a Jesucristo, cueste lo que cueste.
La experiencia del amor a Cristo podría darnos fuerzas para liberar nuestra existencia de tanta sensatez fría y calculadora, para amar incluso sin esperar siempre alguna ganancia, para renunciar al menos alguna vez a pequeñas y mezquinas ventajas en favor nuestro.
La fe cristiana es «una experiencia de amor». Creer en Jesucristo es mucho más que «aceptar verdades» acerca de él. Creemos realmente cuando experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar, nuestro querer y todo nuestro vivir.
Somos nosotros los primeros que hemos de escuchar la pregunta de Jesús: ¿“Me amas más que estos” ?, ¿Amas a mis ovejas?
Tal vez algo realmente nuevo se produciría en nuestras vidas si fuéramos capaces de escuchar con sinceridad la pregunta del resucitado: «Tú, ¿me amas?»
Momento de silencio para escuchar a Jesús y responder a su pregunta: ¿me amas?, ¿me amas?, ¿me amas?
CONTEMPLAMOS DESDE LA EXPERIENCIA DEL AMOR, DE VIVIR ENAMORADOS…
“El discípulo amado de Jesús dice a Pedro: Es el Señor” 21,7
“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que estos?” 21,15
Lonergan, ha sido el último teólogo que ha recordado de manera penetrante que «creer es estar enamorado de Dios». ¿Qué otra cosa puede ser confiarse a un Dios que es sólo Amor?
Nada nos acerca con más verdad, al núcleo de la fe cristiana que la experiencia del enamoramiento. Según la tradición constante de la teología mística que arranca del cuarto evangelio: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor».
El enamoramiento es, probablemente, la experiencia cumbre de la existencia humana. Nada hay más gozoso. Nada llena tanto el corazón. Nada libera con más fuerza de la soledad y del egoísmo. Nada ilumina y potencia con más plenitud la vida. Los místicos lo saben, por eso, cuando hablan de su fe y entrega a Dios, se expresan como los enamorados.
Se sienten tan atraídos por Él, que Dios comienza a ser el centro de su vida, lo mismo que el enamorado llega a vivir de alguna manera en la persona amada, así les sucede a ellos. No sabrían vivir sin Dios. Él llena su vida de alegría y de luz. Sin Él les invadiría la tristeza y la pena. Nada ni nadie podría llenar el vacío de su corazón.
Alguien podría pensar que todo esto es para personas especialmente dotadas para vivir el misterio de Dios. En realidad, estos creyentes enamorados de Dios nos están diciendo hacia dónde apunta la verdadera fe. Ser creyente no es vivir «sometido» a Dios; antes que nada, es vivir «enamorado» de Dios. Para el enamorado no es ningún peso recordar a la persona amada, sintonizar con ella, corresponder a sus deseos.
Para el creyente enamorado de Dios no es ninguna carga estar en silencio ante él, acogerlo en oración, escuchar su voluntad, vivir de su Espíritu. Aunque lo olvidemos una y otra vez, la religión no es obligación, no es cumplir normas, es enamoramiento.
En este contexto la escena evangélica del cuarto evangelio cobra una hondura especial. La pregunta de Jesús a Pedro es decisiva: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» La respuesta de Pedro es conmovedora: «Señor, tú lo conoces todo, tú sabes que te quiero».
Desde mi experiencia de vivir enamorada de Jesucristo, al estilo de Marie Poussepin y de Domingo de Guzmán, formulo y sello en el corazón mi compromiso con Él, que me espera en la orilla y me hace la misma pregunta, ¿…me amas?
ORACIÓN
Para finalizar oramos desde nuestra experiencia personal o comunitaria o escucho este canto. “Sólo en Dios”. Cristóbal Fones. SJ. (https://www.youtube.com/watch?v=M6ZbC5FzH0M)