Miércoles de Ceniza y Cuaresma, tiempos para educarnos en humildad

on 12 Feb, 2024
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Bogotá (Colombia), Hna. Ana Francisca Vergara Abril, 12 de febrero 2024.- Gira que gira el tiempo, rueda que rueda el ciclo litúrgico y ya debemos decir que entramos, de nuevo, en el periodo de Cuaresma. El tiempo parece transcurrir más veloz que años atrás y pasamos del morado al blanco y de este al verde, con algunos tintes rojos de vez en cuando, casi sin apercibirnos. Esta es la impresión en la vida cotidiana, todo corre, todo va veloz, no terminamos de vivir una gran experiencia y ya nos encaminamos hacia otra.

Pero ¿y si nos detenemos unos instantes y vemos la maravilla de recomenzar? ¿y si hacemos un pare para descubrir la pedagogía de la liturgia eclesial? Esta es una sencilla invitación a repensar la expresión que, por siglos, ha caracterizado el Miércoles de Ceniza y la entrada oficial en el tiempo de Cuaresma: “memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris” traducida por “recuerda hombre que eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3,19). Fórmula que se vio relegada después de la reforma litúrgica del Vaticano II, desde cuando empleamos la frase “conviértete y cree en el evangelio”.

Las dos expresiones bíblicas son una invitación a reflexionar sobre nuestra vida de creyentes, las dos tienen un alto valor teológico y espiritual. Sin embargo, los incito a apostarle a la frase que hemos tomado del libro del Génesis y a dedicarle algunos minutos de meditación.

Recuerda, tu ser humano, que eres polvo y que tu destino está en retornar allí. Esta sentencia, que puede atropellar nuestra sensibilidad por su fuerza, nos hace aterrizar en la realidad de lo que somos: tan solo polvo. No es una frase negativa sino realista, una sentencia que nos vuelve a humanizar y que nos quita las falsas pretensiones de inmortalidad y de dominio. Gracias a ella retornamos a la realidad de lo que somos: seres transitorios, murientes, llamados a ser realmente humildes frente a Dios, frente a nosotros mismos y frente a los demás, sin arrogancias y soberbias.

La verdad de nuestra vida es que somos murientes, que enfermamos y que envejecemos. No tenemos el control de nuestra existencia, solo Dios la tiene; no podemos prever todo, solo Dios conoce el curso de las cosas; no podemos saberlo todo, solo Él es el Señor. Debemos dejar que Dios sea Dios, nosotros somos humanos y lo que mejor sabemos, aunque quisiéramos ignorarlo, es que somos temporales. Así, la imagen tan simbólica del polvo y de la ceniza nos llaman a la humildad y a reconocer inteligentemente el momento presente que tenemos frente a nosotros, Dios nos da el hoy como un presente, como un regalo. Un presente para ser vivido con conciencia de humanidad frágil y vulnerable.   

La humildad, que se opone a la soberbia, es esa gran virtud tan desprestigiada hoy en día, ella nos ubica en el lugar que nos corresponde; pues, como dice la tradición judía, deberíamos llevar dos pedacitos de papel, uno en el bolsillo derecho que diga: “Todo el universo fue creado para mi” (Talmud, Sanedrin 38ª) y otro en el bolsillo izquierdo con la frase bíblica “no soy sino polvo y cenizas” (cf. Gn 18,27).

Iniciemos con conciencia el gran tiempo de Cuaresma, reconociendo nuestras fragilidades y vulnerabilidades, tratando de desarraigar la soberbia y la arrogancia que no nos dejan avanzar hacia el encuentro sincero con el resucitado. La soberbia nos impide ver con claridad nuestro lugar y nuestra vocación; ella no es, en palabras de san Agustín, grandeza sino hinchazón y lo que está hinchado parece grande, pero está enfermo.

Que este tiempo de cuaresma sea un camino sanador para reconocer la acción de Dios en nuestra vida; descubramos su pedagogía, el Señor nos educa mientras camina con nosotros. Releamos con ojos atentos el texto que nos regala el Deuteronomio en el que se nos marca el sentido de la cuarentena vivida como experiencia de pedagogía divina en la que Dios Padre nos adiestra mientras avanzamos hacia la Tierra de la Promesa:   

Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones, y ver si eres capaz o no de guardar sus preceptos. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná –que tú no conocías ni conocieron tus padres– para enseñarte que el hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios. Tus vestidos no se han gastado ni se te han hinchado los pies durante estos cuarenta años, para que reconozcas que el Señor, tu Dios, te ha educado como un padre educa a su hijo; para que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, sigas sus caminos y lo respetes.” (Dt 8, 2-6).

Que este Miércoles de Ceniza que da paso a la cuarentena terapéutica del cristiano, sea un espacio para instruirnos en el amor de Dios y nos posibilite la oportunidad de sanarnos a nivel personal y eclesial.