Lima (Perú), Oscar Melanio Dávila Rojas, profesor de Fe y Alegría.- ¿Se puede servir a los demás sin esperar nada a cambio o sin perseguir algún interés mezquino? Tal vez fue esa la pregunta a la que Marie Poussepin respondió con el ejemplo: su vida y acciones puestas al servicio de los más necesitados, los olvidados, los débiles, los que esperan poco o casi nada de la sociedad y de la vida.
Marie Poussepin sirvió a los menos favorecidos porque los sentía como una extensión de su familia. Todas esas personas a quienes ella amaba con profusa ternura y aliviaba con su caridad aprendieron a amar en la misma forma como ella las amaba. La veían como una madre paciente, dulce, piadosa y protectora. Ella les sirvió y, al mismo tiempo, les enseñó a servir a los demás. Marie postulaba una educación con predominio de la tolerancia, la igualdad, la corrección, la verdad y la ternura: “tened mucha ternura y vigilancia con la juventud que educáis: tratad de haceros temer y amar al mismo tiempo, sed dulces sin debilidad, firmes sin dureza, graves sin altivez, corregid sin cólera. No demostréis menos amor a los pobres que a los ricos y, sobre todo, tened una gran preocupación de edificar igualmente el alma de unos y otros, por vuestras palabras y vuestros ejemplos”.
La celebración del nacimiento de la Hija de Dourdan sirve una vez más para comprobar el justo reconocimiento que se da a esta mujer formidable, a quien el papa Juan Pablo II consagró como Apóstol Social de la Caridad. La Beata de la Ternura nació hace 364 años signada con el extraordinario privilegio de amar al prójimo y, en especial, a los niños y niñas desfavorecidos. Celebrar su fiesta es darnos “la oportunidad de reflexionar sobre el don precioso de nuestra propia vida, de nuestras propias familias”.