Venezuela, Hna. Nícida Amparo Díaz, 12/01/2023.- El aporte de la mujer, una ayuda adecuada para la humanidad. Su aporte es una ayuda adecuada, oportuna, emergente, porque ella, nosotras, hacemos posible la complementariedad en nuestra Iglesia; nosotras junto a nuestros hermanos, los hombres, vamos abriendo el horizonte para caminar juntos hacia la unidad.
No solamente caminar juntos/as, sino, caminar hacia la unidad, convencidas que, en nuestras diferencias vamos tejiendo esa unidad, que hace creíble nuestra predicación del Reino de Dios. Hombres y mujeres o mujeres y hombres, la perspectiva la pone cada uno/a desde donde se ubique, pero que ésta sea en libertad y con el ánimo evangélico y el espíritu dominicano, de aportar y actuar desde Dios que nos señala el camino y acompaña nuestro caminar.
El aporte que da la mujer en la Iglesia en el contexto de la sinodalidad, radica, en la manera de comprender a Dios, sobre todo desde su ser de mujer, esto, trae consigo una mayor responsabilidad y corresponsabilidad, porque implica dar testimonio de un Dios que abraza a todos sus hijos e hijas con el mismo amor, con la misma ternura y compasión. Un Dios que, al crear al ser humano, sabe que “no es bueno que el hombre esté solo”. Por eso le da una ayuda adecuada” (Conf. Gn 2,18) Ya que, “el hombre solo no está aún completo. Adán necesita un tú humano, un ser que le sea a la vez semejante y diferente; si fuese sólo semejante, réplica o doble, no sería su complemento; y si fuese sólo diferente, no sería su acompañante”[1]. Con la creación de la mujer, sacada del varón, la creación del hombre se completa y se complementa. Entonces, tenemos que decir, que la sinodalidad se va tejiendo en la complementariedad y desde aquí vamos juntos abriendo caminos. Caminar juntos/as si, pero unido/as en nuestras diferencias, aportando cada uno/a desde el don recibido.
Al leer y contemplar la Palabra, encontramos en ella, mujeres que abren caminos de sinodalidad a partir de esa fina intuición que le permite estar presente en el momento oportuno y tomar iniciativas: Me permito parafrasear a María Teresa Porcile:
En Caná alguien hubiera podido advertir que no había vino, pero, fue una mujer quien lo hizo (María)
En Samaria alguien hubiera podido ir al pozo en busca del agua viva, pero fue a una mujer quien estuvo presente al momento de llegar Jesús (La samaritana)
En Betania, alguien hubiese podido perfumar el cuerpo de Jesús, pero fue nuevamente una mujer quien tuvo esa atención, adelantándose a su sepultura (María de Betania)
En el Calvario, al pie de la Cruz, alguien hubiera podido representar el discipulado, pero fue la mujer, la madre, las amigas, quienes permanecieron a costa de todo riesgo, acompañando el momento más cruel y doloroso de Jesús (Su madre, la hermana de su madre, María mujer de Clopás y María Magdalena, también estaba Juan)
En el sepulcro alguien hubiese podido buscar esperar y hallar, pero fue María Magdalena quien se encuentra al Resucitado y es la primera enviada a llevar la Buena Noticia a sus hermanos y hermanas.
La autoridad de estas mujeres nos impulsa a dar continuidad al querer de Dios en nuestro tiempo y procurando su Reino de Justicia y de Paz, dando siempre el primer paso, no con el afán protagónico, sino, como corresponsables en la misión evangelizadora.
- Ella será un aporte, cuando vive genuinamente su ser de mujer
El aporte de la mujer en la Iglesia en el contexto de sinodalidad, será más convincente, cuando vive genuinamente su ser de mujer, y de mujer consagrada desde el bautismo en cualquier estilo de vida al que se ha sentido llamada; cuando asume su compromiso en fidelidad creativa, que fecunda y da vida nueva a la Iglesia…En esta realidad ella sabe que Dios irá poniendo lo demás, y nosotras con Él, vamos haciendo posible la mujer que soñó y creó: Un don para la humanidad y para la Iglesia, por tanto, “La mujer, viva en el estado o profesión en la que viva, ha de saber realizar antes que nada su feminidad” (Edith Stein)
La mujer por don es intuitiva, escucha, discierne, dialoga, crea y recrea, asume riesgos, pastorea inclusivamente, pedagógicamente; siempre está allí para dar su palabra, su aporte…desde su compromiso en y, como Iglesia: Las madres y las abuelas siempre han transmitido la fe y han educado a sus hijos/as y nietos/as en la experiencia de la vida cristiana; las monjas y las religiosas han ofrecido a la Iglesia la palabra fiel de la oración y la sabiduría. En la promoción para el trabajo, en la conciencia ecológica, en la educación, etc., siempre está el aporte de la mujer.
Cada una con su carisma y convencida de su identidad cristiana fortalecen su compromiso en la construcción de una Iglesia pueblo de Dios donde todos pueden sentarse alrededor de una misma mesa y buscar caminos juntos. “La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad” (EG 103).
Pero para que la propuesta de sinodalidad sea una realidad debemos desaprender la mentalidad machista y aprender a pensar, reflexionar, predicar desde nuestro ser de mujer con mentalidad incluyente y fraterna, con la intuición y la finura espiritual que nos define. El aporte que “le corresponde a la mujer en la Iglesia vendrá de la propia mujer quien debe ser protagonista del cambio de mentalidad sobre ella misma: sentirse sujeto de la comunidad eclesial. Ella ha de valorarse profundamente, confiar en las otras mujeres, aceptar la palabra dicha por ellas y colaborar en las decisiones que algunas tomen. Es la mujer la que tiene que sentirse responsable y corresponsable de la misión confiada por Jesús a todos: hombres y mujeres. Esto será posible cuando aprendemos a vivir genuinamente nuestra identidad (Conf. María Teresa Porcile. La mujer y los pronunciamientos eclesiales).
- Un aporte desde su manera de ser y estar para dar razón de la esperanza que la mueve…
El aporte de la mujer siempre ha llevado el sello de la sinodalidad, por eso, su aporte ha sido clave en la misión de la Iglesia; Su palabra ha configurado la Iglesia posconciliar, en el anuncio de la fe, en los diversos servicios pastorales en los que se ha realizado la diaconía de las mujeres en todas las iglesias locales, allí, donde el sacerdote no llega, en el camino de renovación de la vida religiosa, en la palabra de las teólogas que, después del Vaticano II, han podido empezar a estudiar y enseñar en las universidades pontificias, o asumiendo algunos roles de responsabilidad a nivel de la curia romana, de las diócesis y de las pastorales nacionales.
En este sentido son muy sabia las palabras del Papa Francisco: “Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias, o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque “el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral” y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales” (EG 103)
En este caminar en sinodalidad ¡Necesitamos reconocernos en nuestra identidad fundamental!, acogiendo con humildad y con alegría el don que cada uno/a es para la Iglesia y el mundo: mujeres y hombres caminando juntos como hermanos y hermanas, develando la belleza de una nueva humanidad, esa que Dios soñó y creo desde la eternidad.
[1] Juan Ruíz de la Peña. Imagen de Dios. Antropología Teológica. Pág. 35-36.