Recuerdo de la beatificación: No basta ser, hay que aparecer

on 17 Jun, 2020
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Medellín (Colombia), 17/06/2020, Hna. Nora Inés Fonnegra Gómez.- No insinúo con tal título que hay que aparentar, pues no, equivale a mostrar en lo real la forma como un ser destaca su aparecer en la naturaleza asumida y, si al ponderar el legado de Marie Poussepin se cree que hay apariencias, se entra en error.

LA GRANDEZA NO SE ENSEÑA NI SE ADQUIERE: ES LA EXPRESIÓN DEL ESPÍRITU DE UN HOMBRE HECHO POR DIOS

Sería cosa de amilanarse si por título nombráramos a Marie Poussepin en su grandeza, y entonces vendría aquello de la “humilde, piadosa y fiel sierva”. Pero justamente, su grandeza está en su pequeñez o ignorancia de sí, pero es tan efectiva su humildad que su legado amerita exaltación, celebración y reconocimiento, porque su obra se ha enaltecido en estimables concreciones.

En las provincias de América Latina y el Caribe se celebró el acontecimiento de la beatificación como un reencuentro con Sainville, que fue estímulo de solidaridad y comunión entre Francia y Colombia de donde surge una notable expansión en América latina, y donde la herencia, de nuestra fundadora ha sido dilatada, conocida y apreciada en varios países y sus conglomerados humanos de variopintas parcelas de la sociedad sea alta, media o deprimida, dadas las instituciones de salud, educación, o en barriadas de arrabal, las periferias de las que tanto hablamos hoy.

Concretamente en Medellín asumimos el acontecimiento como una gracia que infundió entusiasmo para continuar y como una bitácora de énfasis en signos, textos, foros, despliegue artístico-cultural: obras teatrales, folletos, narrativas historietas, música, cantos, hasta una estampilla emitió el gobierno departamental, en fin todo aquello que al celebrar es también una ofrenda, un reconocimiento ad intra y ad extra, algo así como mojones de encuentros con la Iglesia, el pueblo y las clases dirigentes, que en su niñez, muchos de ellos, recibieron de las hermanas ese timbre de finura, estilo y perfil con el que quedaron esculpidas sus vidas para siempre.

De ninguna manera las Dominicas de la Presentación hemos sido “especímenes” anónimos; todo lo contrario, hemos resaltado por el testimonio y la afinidad con sus habitantes en tantas empresas de desarrollo humanitario, y cultural, trochadoras en su historia, tanto en lo más específico para el progreso como en los avatares cuando la desgracia se ha ensañado.

Muchos municipios del departamento que son ejemplo de civilidad dicen en alta voz que son así porque hubo una cierta comunidad religiosa que… y no diga más ¡que de elogios!, ¡qué de cariño! ¡Esas son huellas de un legado!

Tantas exalumnos y exalumnas que conservan entre sus prendas amadas la estampa de Marie Poussepin, y hasta algunos que por caminos del destino resultaron detractores de la Iglesia, novelistas, críticos… nunca se han metido con sus burlas y desplantes con nosotras.

Claro que esta apreciación puede sonar a vanidad, más no es una mutabilidad de gloria, sino un reconocimiento a la verdad, nada de lo que se relate del quehacer de la provincia es falso y entonces, ¿por qué no explicitar el despliegue de ese hacer que deja en la alma gratitud? Nada de ufanías personales, claro está, pero la misma sociología indica que para crecer un pueblo requiere hacer memoria de su grandeza. No hemos venido al mundo ni para el espectáculo ni para la nimiedad. Aun en la cruz hay exaltación, y a ella subió Jesús y se le encumbra en su anonadamiento por nuestra salvación. Él es el héroe de la mayor gesta, y nosotras engrandecemos a nuestra fundadora y su legado porque la obra ha sido relevante en Colombia y de ello nosotras y este pueblo damos fe.

Que los hacedores de santos la canonicen o no, ¡no es nuestro asunto! En la gloria está ella, bañada por el resplandor de Dios que sabe muy bien las razones de su grandiosidad terrenal divulgada con empeño por sus hijas en repunte testimonial. Claro que eso se dice muy rápidamente, pero estamos deseosas del decreto eclesial que públicamente la declare ser reverenciada en su panteón de santos. Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella.