Venezuela, 20/05/2020.- Desde El Caribe nos comparten una oración y una carta dirigidas a Marie Poussepin.
SÚPLICA DE MARIE POUSSEPIN A JESÚS EN LA CRUZ
Señor, tú que abriste mis ojos, llenaste mi corazón de compasión
e infundiste valor a mis pies, para llegar a mis hermanos;
Para mis hijas, te pido ardor, pasión, confianza en ti, para que se llenen de fuerza,
y sobrepasen el miedo y la angustia;
para que sus manos generosas, fortalezcan solidariamente,
a quienes en este momento de pandemia, necesiten de su compañía y amor.
Tú no te alejaste Señor… diste de comer, sanaste al enfermo,
confortaste al débil, resucitaste al muerto.
Tus manos compasivas, daban el calor del amor,
aún al pecador mirabas con ternura…
Qué pueden hacer mis hijas en este momento?...
Encontrarse contigo… mirarte profundamente…
Mirar tus ojos, para leer tu angustia por la humanidad.
Llenarse de ti, para despertar solidaridad en quien lo puede hacer,
y al pie de la Cruz recoger tu sangre derramada,
para limpiar con ella, al hermano necesitado.
Que su sacrificio diario, ofrecido a ti, sea el incienso perfumado,
que con la oración llegue,
a hospitales, hogares, centros de atención donde hay un enfermo,
para dar energía positiva a médicos, enfermeras y enfermos,
que luchan para mantener ese hálito de vida, que los une a ti.
Quiero pedirte Señor Jesús, que la sensibilidad propia del que ama,
la energía positiva de quien descubre el amor,
nunca fallen en mis hermanas,
para infundir fuerza, alegría, a pequeños y grandes,
ancianos, enfermos, con la fuerza regeneradora del amor.
Camina con mis hijas, como lo hiciste en Emaús con tus discípulos,
Enardece sus corazones,
para que no se contagien del miedo y del desamor,
si no que su corazón, se encienda en amor, para descubrirte en sus hermanos,
cualquiera sea su situación,
y puedan en Comunidad contarse el amor y encender el fuego de la Caridad.
Hna. Berta del Carmen Marín Artigas
Comunidad de Mérida-Venezuela
¿CÓMO SE TEJIÓ NUESTRA AMISTAD?
Querida Marie, hace 25 años vivía con la ilusión de estudiar en una pequeña escuela, en un sector popular de Maracaibo, llamada Marie Poussepin. Era parte de la tradición familiar… muchas de primas estudiaron allí… el linaje de las Pérez.
¡Al fin llegó el día! Hoy hago memoria de ello y la alegría me desborda el corazón. Allí, empezó todo. Ni idea de quién eras… en los primeros años aprendí a pronunciar y escribir tu nombre… era un lenguaje nuevo para mí castellano. A medida que fue pasando el tiempo descubrí que no eras la fundadora de la escuela, sino de la Comunidad de las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación.
Recuerdo que de pequeñas seguíamos la lectura y coloreábamos un sencillo libro que llevaba por nombre “Una mujer al Servicio de la Caridad”… nunca olvide su portada, ella reflejaba a una hermana como las del colegio, puesta en camino, llevando una alforja sobre su hombro, con la mirada puesta en el horizonte “Dios Solo” y en él a nuestros hermanos, destinatarios de la misión… su contenido hablaba de momentos alegres y los sinsabores de tu vida… para mí de niña fue muy impactante leer que habías quedado huérfana de madre a muy temprana edad y que de todos tus hermanos solo sobrevivió uno. Eso me interpeló sobre el valor de la familia… tu no los tuviste a todos por largo tiempo… pero lo poco que compartiste te marcó sobremanera, bebiste de la fuente maternal el agua de la caridad…
¿Sabes? Aprendí a relacionarme con Dios a través de tu oración. Una hermana muy dinámica nos enseñó a cantar ese estribillo con el que alababas a Dios y cada mañana con gran entusiasmo nos invitaba a cantar: “La hermosa alabanza queremos repetir, contigo Mère Poussepin, contigo hasta morir. Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo” y así en ésta alabanza Trinitaria, aprendí a contemplar a Dios como Familia, Comunidad. Cada vez que la recito hago memoria de aquello que una de tus hijas sembró en mí, sin saber qué sería de ello. Como en aquel pasaje bíblico: “Es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo” (Cf Mc 4, 26-34), esa semilla que ella esparció en tantos corazones ha florecido para bien en mi experiencia de fe.
En mis horas recreativas, en la capilla y en cualquier rincón de la escuela me encontraba con tu rostro, siempre sereno, muy lleno de bondad, profundo, muy de Dios… de tanto contemplarlo me grabé la memoria de tu nacimiento y de tu encuentro definitivo con el Padre…
El testimonio de las hermanas con quienes compartí la educación básica, despertó en mí un deseo que desde muy pequeña sentí: cuestionarme la vocación religiosa. Junto a ellas se fortaleció mi fe, participé en mis primeras misiones donde me encontré con el rostro de los pobres, los preferidos del Señor… salí al encuentro del enfermo, inicié mi experiencia parroquial y aprendí a amar la Eucaristía, a entender a ese Dios Providente en quien tú y tus hijas se abandonaron. Hoy, cuando te escribo estas líneas, también me siento una hija tuya. Soy una hermana de la Familia Presentación, amante y dispuesta a vivir desde la fuente de tu carisma y espiritualidad.
Hoy en mi cuarto año de consagración religiosa, en los momentos de cruz, miedo, duda, inquietud, alegrías y gratitudes en el silencio de mi celda te hablo como amiga, como hermana mayor; bien sabes que tu rostro se convierte en presencia, me sigue dando la misma paz como hace años atrás al corazón de niña… y siento tu abrazo fraterno cargado de ternura y misericordia. Te contemplo y veo entre tus brazos la Palabra de Dios y los Reglamentos de Sainville de los que nutriste tu espiritualidad carismática, convertida en la viva encarnación del amor que diste a manos llenas… también son mis fuentes espirituales, ambos fortalecen mi fe y consagración.
¡Qué no comparto contigo! Y en ese diálogo cotidiano, hoy estando en situaciones iguales a la que viviste en tu época: “el hambre, la peste, la guerra, la ignorancia…”; a nosotras tus hermanas, la pandemia mundial que nos trastoca. En nombre de esta amistad tejida en los silencios, las miradas, los testimonios… te pido que me ayudes a ser “inquebrantable en la fe, firme en la esperanza y generosa en la caridad” para saber acoger este nuevo Sainville en la que la humanidad entera se ha convertido.
Marie, espero que no haya distancia, lugar, amor propio… que me aparte de ti… te quiero y en Cristo fuente de nuestra amistad me despido como siempre, con un hasta luego… con el abrazo de Dios en ti y en mi…
Hna. Mayleana M. Pérez V., desde Venezuela.